¡HI!
Tercer cap!, solo faltan dos J … a menos que quieran mas… ¿quieren?.
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Sus palabras dieron a mi esperanza un
duro golpe final. Ella dejó perfectamente claro que donde quiera que este lugar
llamado la Sombra de Sangre estuviera, no tenía aliados. No hay amigos. Yo solo
tenía que confiar en mí misma. Eso, pensé, era el aspecto más aterrador de mi
situación. Después de todo, ¿cómo podía confiar en alguien en quien no podía
confiar?
Peter.
Al momento en
que mis ojos se abrieron, pude escuchar todo, oler todo, sentir todo lo que
estuviera a cuatrocientos metros a la
redonda. Estaba seguro que la sensación
por sí misma llevaría a mi cuerpo completamente a un estado de shock, hasta que
mi vista se fijó en una cara familiar. La mujer en quién había confiado lo suficiente
para confiarle mi escape de todo.
—¿Gimena?
Era extraño. La
última cosa que recordaba era el rostro de Gimena mientras me desvanecía en mi
sueño. Solo había dormido por un momento antes de despertarme bruscamente.
Quería saber si algo había salido mal con el hechizo. Mirando a la bruja, no
pude evitar preguntarme cómo era posible que se viese más joven. Encontré mi
respuesta cuando la exuberante belleza de piel ligeramente bronceada y una
cascada de rizos largos y castaños sacudió su cabeza.
—No soy Gimena.
Soy Emilia.
Me levanté de
golpe del bloque de piedra que había servido como mi lugar de descanso… por
cuánto tiempo, era lo único que podía pensar. Asimilé mí alrededor, estaba en
una sala iluminada con velas, pisos de mármol y
Apilares
gigantes. La primera palabra que vino a mi cabeza cuando inspeccioné el lugar
fue santuario.
Observé a la
mujer con la que me encontraba en la habitación, desconfiando de sus
intenciones. Me tomó un momento notar su extraña ropa. Observé cómo estaba
vestido y me di cuenta que quizás había
pasado más tiempo de lo que había pensado al principio. En este punto, ya no
importaba realmente.
El punto era que
no se suponía que iba a despertar. Nunca.
Despectivo al
ver que me habían despertado cuando había pedido explícitamente que me dieran un
escape del que no despertara, grité una orden como príncipe de la Sombra de
Sangre.
—Quiero ver a
Gimena. Tráela.
Odiaba el tono
autoritario que mi voz tomaba naturalmente. ¿Quién era yo para dar órdenes? Yo
no era un príncipe, mucho menos el Salvador que Candela decía que era.
La profecía de
la que habló justo después de convertirnos en vampiros me perseguía inmediatamente
cuando la recordaba.
El más joven reinará sobre padre y
hermano y solo su reinado puede proporcionar a su especie verdadero santuario .
Todavía recuerdo
cómo lucía la cara de Candela cuando recitó esas palabras. Más que eso, vi las
expresiones de mi padre y hermano. Resentimiento.
Cerré de golpe
el episodio de nostalgia en el que me estaba hundiendo y alcé una ceja a la
mujer frente a mí. ¿Por qué no se estaba moviendo? Estaba sorprendido por mi
propia indignación ante la idea de que ella no saltara inmediatamente para
cumplir mis órdenes.
A pesar de mis
dudas respecto a gobernar, no estaba acostumbrado a que otros no me
obedecieran. Después de estar peleando durante cien años para sobrevivir y
liderar mi aquelarre en la Sombra de Sangre, había terminado acostumbrándome a
ser reverenciado y seguido. No estaba seguro de que me gustara eso sobre mí,
pero era lo que había.
—¿Le gustaría
que caváramos en su tumba, su Alteza? Dudo que su cuerpo sea de mucha ayuda
para aclarar las preguntas que tenga en mente.
Hice una mueca.
Su Alteza. Un recordatorio del día en que mi padre se tomó a pecho la tonta
idea del aquelarre de proclamarlo rey de la Sombra de Sangre. Sin embrago, el
título no me molestaba tanto como la noticia de la muerte de Gimena y la forma
en que esta mujer se dirigía a mí. Tragué fuertemente al tiempo que agarraba
las esquinas del bloque de piedra en el que estaba sentado.
Las sensaciones
cursando a través de mis venas dejaron completamente claro lo que mi cuerpo
estaba pidiendo a gritos en ese instante. Sangre. Estaba famélico de sangre.
Otro amargo recuerdo del pasado del cual quería escapar cuando autoricé a la
bruja a ponerme una maldición de sueño.
Desesperado por
desviar mis pensamientos a otra parte, dirigí mi mirada a Emilia.
—¿Quién eres?
—Soy la bruja de
la Sombra de Sangre, descendiente de la gran bruja,
Gimena.
Me detuve,
manteniendo mi mirada sobre ella. Solo esa información demandaba mi respeto. No
había duda de la razón por la que me hablaba de esa manera. Si era descendiente
de Gimena, era mejor tenerla como aliada que como enemiga. Solté un suspiro, no
muy seguro de querer escuchar la respuesta a mi siguiente pregunta.
—¿En qué siglo
estamos?
—Veintiuno.
Desvié mi mirada
mientras registraba esa información. Cuatrocientos años. Había escapado por
cuatrocientos años.
Emilia comenzó a
rodearme como un maldito buitre. Podía sentir su desconfianza. Me estaba
escudriñando, quizás preguntándose qué significaba mi despertar para la Sombra
de Sangre.
Quería decirle
que no significaba nada, porque planeaba escaparme de todo esto otra vez. Pero
había demasiadas preguntas atravesando mi
mente, aunque no estaba muy seguro de si quería escuchar las respuestas.
—¿Por qué estoy
despierto?
—Simplemente ya
era el momento.
—¿Momento de
qué?
—De que Peter
Lanzani pare de actuar como un cobarde y enfrente lo que se supone que tiene
que hacer. Gobernar.
Apreté mi
mandíbula, mis dientes rechinaron.
—No pedí esto.
—Tampoco
nosotros, pero si su Alteza está entretenido planeando cualquier idea de volver
a su respiro de ensueño, entonces le sugiero que lo olvide ahora, príncipe.
Hasta que haya hecho su parte, no hay manera de escapar. Gimena se aseguró de
eso.
—¿Qué quieres
de…
Antes de
terminar con mi pregunta, las puertas dobles hechas de fina acacia se abrieron
tambaleantes y mi hermano mayor Benjamin y me hermana gemela Candela, entraron
a paso firme en la habitación.
Benjamin me dio
un corto asentimiento. Eso era lo más cercano a afecto de hermanos que nos
habíamos mostrado.
Candela por otra
parte, lanzó sus brazos alrededor de mi cuello, susurrando lo feliz que estaba
de que al fin estuviera despierto.
No pude evitar
decirle exactamente cómo me sentía.
—Al menos uno de
nosotros lo está.
Y luego pasó.
Podía sentir mi estómago apretarse y retorcerse. El olor era abrumante,
prácticamente intoxicante. Cuando las vi, no pude evitar preguntarme de quién
había sido la idea traer este tipo de crueldad a mi despertar.
Mientras que mi
hermana se apartaba para que yo pudiera ver, recordé todo. Recordé por qué era
tan importante que me mantuviera dormido.
Cinco hermosas y
jóvenes chicas —inocentes— y no mayores que yo cuando me había convertido en
vampiro, estaban frente a mí. Podía sentir su miedo y el depredador en mí
estaba desesperado por liberarse. Me odiaba por eso, pero no quería nada más
que drenar hasta la última gota de sangre de cada una de ellas.
siiii massss porfasssss
ResponderEliminarYeni uno más!!
ResponderEliminardale dale :)