¡No saben cuanto lo siento!
:c la culpa es del estúpido blogger -.-
JURO QUE PROGRAME ESA COSA Y ESTABA COMPLETO, pero no se que le paso y se borro
todo. TODO. Me di cuenta no hace mucho -.- y yo pensando que ustedes ya habían visto
lo genial que es Mythos Academy, pero NO, porque a Blogger le dio la gana de
arruinarlo -.- JURO QUE ES SU CULPA! Bueno, ya, quedo en el pasado, y el pasado
pisado ¿no?.
Otra cosa, sin wi-fi estoy (¡¡¡¡¡¡!!!!!!!) y con alergia -.- y con
un gran problema de emociones (¿?)
JAJAJAJA nah.
Ah bueno, otra cosa, creo. CREO
que me equivoque un pco con los nombres pero para que no se confundan aca les
dejo para que sepan:
Lali Espósito: Gwen Frost.
Peter Lanzani: Logan Quuin.
Euge: Dapnhe.
Emilia: Metis.
Cielo Espósito/Abuela Espósito: Geraldine Frost/Abuela
Frost.
Majo Espósito: Grace Espósito.
Nicolas: Nickemades.
Entrenador Mariano: Entrenador Ajax.
Creo que esos son todos los de
este libro… el cual es el 1.5, lo cual significa que NO es el primero, asique
no se confundan…
Otra cosita (? Estoy llena de
anuncios XD ok, termino con esto para que se pongan a leer, y se enamoren de
este grandioso libro c:
Miercoles: Maraton de Mythos Academy.
Jueves: Maraton de Amor Destinado.
Viernes: Maraton de Solo Negocios c:
---
#Soo (Sof_Pi): Sooofi
¿te llamas Sofi verdad? (? Te llamare asi igual XD ok, no, dime tu nombre eh! Que
no se te olvide c: ok, te respomdo por aca porque en Twitter no tengo de
meterme mi teléfono se dañó y tengo que estar cargándolo cuando lo uso y me
duele el culo de estar sentada en el piso al lado del enchufe -.- asique de
ahora en adelante respondo por aca, pero tal vez después te responda por el
Twitter, solo te respondo y ya ¿ok? ¡ok! Aja, primero, estos libros son una
SAGA no una TRILOGIA c: y nop, no los tengo todo, me faltan 2 pero los demás ya
los tengo c: ¡Y ESTA QUE ARDE! Asique disfrualo mucho c; besos.
Eso es todo c: … No paren, me
falta decirles que subiré otra nove, como regalo c: enrealidad la acabo de leer
y es MAGNIFICA c: ok me voy beso.
Twitter: @AnglesCasi.
Blog: abetterworldlaliter.blogspot.com.
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—¿Puedo tomar prestado tu cepillo?
Paige Forrest se miraba a lo largo del espejo montado sobre
la hilera de lavabos que revestían una pared de la sala de taquillas de las
chicas. La clase de Gimnasia había terminado hacía tres minutos, y todas las
chicas estaban ocupadas quitándose sus camisetas sudadas y pantalones y
cambiándose de vuelta a sus ropas reales, los pantalones ajustados y tensos,
tops muy cortos que llevaban para impactar, entre otros y, más importante, a
los chicos monos en Ashland High School.
Todos excepto Paige, que estaba de pie congelada delante del
espejo. Ella era bonita con su largo pelo negro y ojos verde pálido, pero no
pensaba que Paige se estuviera mirando a sí misma con la vanidad normal de una
chica de dieciséis años. Para alguien, Paige no se ponía un brillo labial en
una capa fresca o máscara o empolvaba su cara con polvos brillantes como las
otras chicas que estaban abarrotando el espejo. Ella no estaba cotilleando con
las chicas a su alrededor o preguntándose qué asquerosa, misteriosa carne gris
iban a servir en la cafetería hoy. Ella no estaba mandando un mensaje por su
teléfono o comprobando los mensajes.
No, Paige estaba apoyada sobre el lavabo y miraba a sus
propios ojos como si pudiera ver algo en ella misma que todos los demás no
podían, algo horrible, por la expresión apenada y retorcida en su cara.
La mirada me hizo querer saber lo que estaba escondiendo.
Yo era algo impertinente en ese sentido. De acuerdo, de
acuerdo, era muy impertinente en ese sentido. De acuerdo, de acuerdo, era
excepcionalmente, sumamente, imparablemente impertinente, hasta el punto de la
obsesión algunas veces. Quería saber todo sobre todos a mi alrededor. ¿Por qué?
Bueno, culpaba a mi don Gitano.
Era una Gitana con Magia Psicométrica. Una manera elaborada
de decir que veía imágenes en mi cabeza y conseguía destellos de los recuerdos
de otras personas y sentimiento de casi todo lo que tocaba. Un collar favorito,
un libro querido, una foto apreciada de un viaje familiar a la playa. Podía
conseguir una vibración de todo aquel que tuviera un accesorio personal o
conexión, y podía sentir y ver exactamente lo que esa persona había sentido
cuando había llevado ese collar, leído ese libro, o mirado esa foto.
No sabía exactamente por qué tenía Magia o por qué era
considerada incluso una Gitana en primer lugar, pero me gustaba el poder que me
daba mi Psicometría. Me gustaba saber lo que estaban pensando todos a mi
alrededor, desde si una chica era realmente mi amiga o hablaba de mí a mis
espaldas o si un chico realmente estaba interesado por mí o actualmente pensaba
en otra chica en su lugar. Como Drew Squires, mi único y primer novio. Gracias
a mi Psicometría, había tenido destellos de Drew mientras nos estábamos besando
y le sentí pretendiendo que era Paige. Le había dejado al momento.
Sí, algunas veces las cosas que veía y sentía dolían, pero
aún así adoraba saber los secretos de otras personas. Y juzgando por la mirada
extraña en su cara, Paige estaba escondiendo algo… algo grande.
—¿Paige? —pregunté otra vez, un poco más alto esta vez, mi
voz alzándose sobre la charla de las otras chicas, el chirrido de los zapatos
en el suelo, y el constante golpeteo de las puertas de las taquillas.
Paige se recuperó parcialmente de cual fuera el trance que
había estado y encontró mis ojos en el espejo.
—¿Lali? ¿Lali Espósito? —preguntó ella aturdida, casi como
si no me reconociera.
Miré mi propio reflejo en el espejo. Seguro, mi pelo marrón
ondulado estaba suelto, un caos sudado justo ahora, lo cual es por lo que
quería el cepillo de Paige para empezar, así podría poner mi pelo de vuelta en
la cola de caballo. Mi piel blanca-invierno estaba toda sonrojada y manchada de
intentar jugar al baloncesto durante la clase de Gimnasia, y mis ojos color
violetas eran un poco extraños para comenzar. De acuerdo, de acuerdo mis ojos
eran muy extraños para comenzar.
Pero Paige y yo habíamos ido a la escuela juntas desde la
guardería. Algunas veces incluso nos colgábamos cuando nuestros amigos mutuos
se juntaban en los fines de semana. Ella debería saber exactamente quién era
yo, especialmente desde que me había contratado para encontrar su móvil
perdido.
Teléfonos, llaves, billeteros, portátiles, sujetadores
arrugados, y montones de calzoncillos. Por el precio justo, los chicos en
Ashland High School me contrataban para encontrar cosas que estaban perdidas,
robadas, o que no estaban donde se suponía que debían estar. Sí, usaba mi don
Gitano para hacer dinero extra en lugar de luchar algún gran y antiguo mal con
mi Magia. Demándenme por ser una empresaria y no querer trabajar en algún lugar
de comida rápida grasienta como los otros chicos hacían.
Gracias a mi Magia Psicométrica, era fácil para mí encontrar
cosas. Normalmente, todo lo que tenía que hacer era recorrer mis dedos sobre el
escritorio de la chica o mirar a través de su bolso para conseguir una buena
idea de dónde podría haber dejado su móvil o tirado su brazalete favorito. Y si
inmediatamente no veía dónde estaba el objeto perdido, entonces seguía tocando
cosas hasta que lo hacía. Algo así como Nancy Drew siguiendo un rastro de migas
de pan psíquicas hacia donde debían guiarla.
La gente dejaba vibraciones psíquicas en todas partes, en
todo lo que tocaban, y esas vibraciones revelaban todo desde lo que tenían para
almorzar a lo que realmente pensaban de los novios de sus mejores amigas. La
mayoría del tiempo, la chica tampoco pensaba secretamente que el chico era un
total cretino o ella le quería para sí misma. Todo lo que tenía que hacer para
sacar esas vibraciones, para ver las acciones de la gente, para sentir sus
verdaderas emociones, para descubrir sus secretos, era extender mis dedos y
tocar todos los objetos a mi alrededor, grandes y pequeños.
En el caso de Paige, ella me había prometido veinte dólares
si encontraba su móvil antes de que su madre se diera cuenta de que estaba
perdido. Así que hacía dos semanas, después de la escuela, fui a la casa de
Paige, caminé alrededor de su habitación, y recorrí mis dedos sobre su
escritorio, estanterías, y mesilla de noche. Mayoritariamente, las imágenes de
Paige llenaban mi mente, sentada en su escritorio haciendo la tarea, mirando
las colecciones de cuentos de hadas que adoraba leer, escondiendo algunos Oreos
en la parte de atrás de su mesilla, como si ella supuestamente no tuviera
dulces. Todas las cosas que hacía en su habitación en una base regular y todas
las emociones que venían con ella, apagado aburrimiento sobre la tarea, brillante
felicidad mirando los libros, astuta satisfacción y la favorita, intentando
escabullirse bajo las narices de su madre.
Paige había pensado que era un poco extraña, paseando una y
otra vez a través de su habitación y husmeando en todas sus cosas, pero
eventualmente, otra imagen había saltado en mi cabeza, una de la hermana
pequeña de Paige robando el móvil de la mesilla de noche para poder fisgonear a
través de los mensajes de texto de Paige. Le había contado a Paige lo que había
visto, y bastante segura, fuimos por el
pasillo hacia la habitación de su hermana y la encontramos usando el teléfono
robado.
Paige parpadeó, finalmente sacudió el resto de su
aturdimiento.
—Lali Espósito —murmuró ella, su voz un poco más fuerte esta
vez.
Se alejó del espejo, y sus ojos cayeron en el banco de
madera en el que yo estaba sentada.
Paige ya había fijado su pelo, el cual
parecía pulcro y perfecto como siempre, y había puesto su cepillo en el borde
del banco, a menos de un pie de mi mano. Paige miró y miró al cepillo, sus ojos
verdes brillantes y brillando, y tuve esa extraña, retorcida mirada en su cara
otra vez.
¿Qué estaba mal con ella? ¿Era alta o algo? No era insólito
que los niños consiguieran totalmente perder el tiempo hierba o algo peor,
incluso en nuestro Instituto bastante dócil de Carolina del Norte. Pero Paige
había parecido bien en clase de Gimnasia, haciendo entrada tras entrada, desde
que era una de las estrellas del equipo de baloncesto de las chicas. Yo no
había tenido tanta suerte, porque era un total accidente de tren cuando se
trataba de baloncesto. Hoy, me las había arreglado para golpearme en la cabeza
con la pelota cuando había intentado tirar un tiro libre con toda la clase
mirando, por supuesto. Incluso los
Entrenadores se habían reído por lo bajo y
girado sus ojos hacia mí. Sí, era ese tipo de perdedoras, una chica Gitana de
libro- inteligente que succionaba en cada deporte que podía pensar y
probablemente un par que ni siquiera habían inventado aún.
—Así que ¿puedo usar tu cepillo o no? —pregunté, poniéndome
un poco impaciente.
Ya me había cambiado la ropa de Gimnasia por mis pantalones
y deportivas habituales.
También había subido la cremallera de mi sudadera con
capucha morada y me había puesto mi camiseta de “Chica Karma”, una de mis súper
heroínas favoritas. Quizá no era una fanática en ciernes como algunas de las
otras chicas, pero no quería volver a clase con mi pelo encrespado en
proporciones épicas.
Paige dudó, y una extraña emoción destelló en sus ojos, casi
como un aviso.
—Seguro.
—Está bien, Lali —mi amiga Bethany Rogal señaló su sitio al
final del banco—. Puedes tomar prestado el mío.
Paige siguió mirándome, y yo la devolví la mirada, incluso
más sospechosa ahora. Ella definitivamente estaba escondiendo algo… algo
enorme. Quizás era el hecho de que Drew había pretendido que yo era Paige
cuando me había besado. Quizás estaba un poco más enfadada, celosa, y dolida
por eso de lo que quería admitir. Quizá quería encontrar alguna manera para
devolvérsela a Paige, como si supiera que no era culpa suya que Drew la
prefiriera a ella en lugar de a mí.
Pero en ese momento, quería saber el secreto de Paige más
que nada más. Sentí cómo necesitaba saberlo por alguna razón. Y todo lo que
tenía que hacer para descubrir exactamente lo que estaba escondiendo era
recoger su cepillo, el situado oh-tan-cerca de mis dedos.
—No, está bien —le dije a Bethany—. El cepillo de Paige está
justo aquí.
Aún mirando a Paige, estiré la mano, rodeé los dedos
alrededor del mango del cepillo, y esperé a que mi Magia Psicométrica pateara,
con los sentimientos y recuerdos que me golpeaban de la manera en la que
siempre lo hacían.
Una imagen inmediatamente saltó en mi mente, una de Paige
sentada en su cama, llevando una espesa bata rosa y apretando el cepillo en su
mano tan fuerte que sus nudillos estaban blancos contra la madera marrón del
mango. Después de un momento, la puerta de la habitación de Paige se abrió, y
su padrastro entró. Paige me había mostrado una foto de él cuando había estado
en su casa buscando su móvil, y él era guapo, un tipo de apariencia normal.
Cerró la puerta detrás de él, y el agarre de Paige se tensó en el cepillo
incluso más.
Su padrastro se acercó a la cama, se sentó al lado de Paige,
y quitó el cepillo de su mano.
Paige obedientemente se giró hacia el lado, y su
padrastro comenzó a cepillar su pelo. De acuerdo, eso era un poco extraño.
Quiero decir, no era como si Paige fuera una niña pequeña que no podía
preocuparse de su propio pelo, así que, ¿por qué su padrastro lo peinaba por
ella? Por primera vez, comencé a tener un sentimiento malo, muy malo sobre lo
que iba a ver.
Parecía como si el padrastro de Paige cepillara su pelo
siempre, aunque solo fue un segundo en mi mente. Entonces, cuando terminó, le
entregó el cepillo a Paige, quien lo puso en la mesilla de noche. Paige se
tumbó en la cama, sus manos apretadas juntas sobre su estómago, sus nudillos
blancos una vez más.
Pensaba que su padrastro pondría las mantas sobre ella,
decirle buenas noches, y dejar la habitación.
En su lugar, él separó las manos de Paige y le abrió la
bata, casi como si estuviera desenvolviendo un regalo. Luego se quitó los
pantalones, se tumbó a su lado, y comenzó a tocar a Paige en todos los lugares
que no debería.
Y fue cuando comencé a gritar.
Grité y grité y grité. Pero no podía detener los recuerdos
que llenaban mi mente, no podía dejar de ver lo que el padrastro de Paige la
estaba haciendo, no podía dejar de sentir todo el miedo y el dolor y las
heridas de Paige e impotencia. Una por una, sus emociones me golpearon, como
dagas conduciéndose más y más y más profundas en mi corazón, en toda mi alma.
Era horrible.
Lo más horrible que había visto y sentido con mi Magia
Psicométrica y no podía hacer que parase. Todo a mi alrededor, las otras chicas
presionándose contra las abolladas taquillas de metal, preguntándose lo que
estaba mal conmigo. Pero todo lo que podía hacer era gritar y gritar y gritar
algo más.
Paige me miró todo el tiempo, una mirada sombría en su cara,
como si ella supiera exactamente lo que estaba experimentando. Quizá lo hacía.
Después de todo, había usado mi don Gitano para encontrar su móvil. Quizá Paige
había averiguado lo que podía hacer, cómo podía ver y sentir todas las cosas
que la gente intentaba esconder.
No sé cuanto tiempo grité, pero eventualmente me deslicé del
banco de madera y golpeé el frío suelo, el cepillo aún apretado en mis dedos,
mis nudillos tan tensos y blancos a su alrededor como los de Paige. Intenté
soltar el cepillo y encontré que no podía y no podía dejar de gritar tampoco.
Unos puntos blancos destellaron delante de mis ojos, luego
unos negros. Eventualmente, los puntos negros se juntaron y se volvieron una
pared sólida. La pared se derribó, golpeando en mi mente, y di la bienvenida a
la aplastante oscuridad.
††††
El bajo y firme pi-pi-pi me despertó. Fruncí el ceño. ¿Qué
estaba pasando con la alarma de mi reloj? No sonaba así. Y, ¿por qué mi cama de
repente era tan dura y llena de bultos? ¿Y las sábanas tan tiesas y ásperas? Me
sentía como si mi cerebro estuviera relleno de algodón, pero lentamente, el día
volvió a mí. Mi penoso fallo en baloncesto. Cambiarme en la sala de taquillas.
Hablar con Paige. Recoger el cepillo. Ver lo que su padrastro la estaba
haciendo.
Un gemido se escapó de mi garganta antes de que pudiera
detenerlo.
—Calma, Lali. Estás bien ahora. Estás bien, bebé.
Una cálida mano golpeó mi mejilla, y una suave ola de amor y
preocupación me lavó, como una manta de lana arropándome y manteniéndome segura
de todo, incluyendo de las cosas horribles que había visto hoy.
—Mamá —susurré, reconociendo su gentil toque.
Abrí los ojos y encontré a Majo Espósito inclinada sobre mí.
Mi madre tenía los mismo gestos que yo, pelo marrón, piel pálida, ojos
violetas, pero ella era maravillosa en la manera que yo tardaría ser y sabía
que no sería. Incluso llevando un simple traje de pantalón negro, había, bueno,
una gracia en mamá, una elegancia que yo no tendría nunca.
—¿Qué ocurrió? —pregunté.
Me senté y me di cuenta de que estaba tumbada en la cama de
un hospital, llevando una pequeña toga de papel gris cubierto con puntos
morados a lunares. Los tubos de plástico serpenteaban desde mi muñeca izquierda
hacia algunas máquinas que pitaban por mi ritmo cardiaco y sobre los signos
vitales. A mi derecha la puerta estaba abierta. Más allá de eso, las enfermeras
caminaban arriba y abajo por un pasillo sin gracia, mientras los pacientes
adjuntos a Intravenosas se arrastraban a los largo entre ellas.
—Tuviste un ataque epiléptico —dijo mi madre—. Al menos, eso
es lo que los médicos creen.
Sacudí la cabeza y me estremecí cuando un apagado dolor
comenzó a latir detrás de mis ojos.
—No fue un ataque. Fue mi don Gitano. Es solo... yo solo...
perdí el control.
La preocupación llenó los ojos de mi padre. Ella era una
Gitana como yo, lo cual significaba que tenía un don como yo. En el caso de mi
madre, ella sabía si alguien estaba diciendo la verdad o no solo con escuchar
sus palabras. Básicamente, mi madre era una un detector de mentiras vivo y
respirando. Sí, su Magia era fuerte en mí cuando quería alejarme de algo que no
debería. Aún así, el don Gitano de mi madre venía bien, especialmente desde que
era detective de la policía. Mi madre había dedicado su vida y su Magia a
ayudar a la gente. Ella era la persona más valiente que conocía, y quería ser
como ella.
Con una voz temblorosa, la conté que había recogido el
cepillo de Paige y las terribles cosas que había visto que el padrastro de
Paige la estaba haciendo. La cara de mi madre se tensó un poco y sus ojos
violetas se pusieron un poco más oscuros con cada palabra que decía. En el
momento que terminé mi historia, casi podía sentir el enfado saliendo de ella
en olas frías.
—¿Te dijo Paige algo? —preguntó mi madre—. ¿Te mencionó a su
padrastro antes?
Sacudí la cabeza.
—No. No somos tan cercanas, y no le vi alrededor cuando fui
a su casa para encontrar su teléfono.
Mi madre había abierto la boca para hacerme otra pregunta,
cuando una serie de campanillas sonó. Un momento después, una mujer mayor
llevando una camisa morada de seda y pantalones negros y zapatos entró en la
habitación. Al menos, eso es lo que pensaba que llevaba. Era difícil de decir
desde la capa de bufandas de colores que cubrían su cuerpo, abrigándola en una
arco iris de tela revoloteando. Brillantes y lustrosas monedas plateadas
colgaban juntas con cada paso que daba. Otra bufanda sujetaba lejos su pelo
gris hierro de su cara arrugada. La bufanda era el mismo color violeta que sus
ojos, como todos nuestros ojos.
—Hola, calabaza —dijo la Abuela Espósito en una voz cálida y
animada, acercándose para quedarse al lado de la cama—. ¿Cómo te sientes?
—Mejor, Abuela —dije—. Aunque, tengo dolor de cabeza.
Durante un segundo, los ojos de la Abuela tomaron una mirada
vacía y vidriosa, y algo se agitó en el aire a su alrededor, algo que parecía
viejo, vigilante, y sabiendo todo al mismo tiempo.
—Bueno, estoy segura que estarás bien en otra hora o dos
—murmuró la Abuela en un tono ausente.
Sabía que ella estaba teniendo una de sus visiones. Cielo
Espósito tenía un don Gitano como mi madre y yo. En el caso de mi Abuela, ella
podía ver el futuro, algo que usaba para hacer dinero extra, diciendo fortunas
fuera de su casa. La Abuela era una empresaria, como yo.
Después de un momento, los ojos de la Abuela Espoósito se
enfocaron otra vez, y la fuerza invisible que había estado girando alrededor de
ella desapareció. Ella me miró y sonrió.
—Tengo miedo de tener un problema —dijo mi madre, mirando a
mi abuela—. Uno grande.
Mi madre le contó a mi Abuela sobre que el padrastro de
Paige abusaba de ella. Pronto, mi
Abuela estuvo radiando el mismo enfado frío
que mi madre.
—¿Qué vas hacer?
—pregunté.
Mi madre me miró.
—Voy a ir a hablar con Paige, e iré a ver lo que puedo
averiguar sobre su padrastro. Si él tuvo un archivo, si hizo esto antes. No te
preocupes, Lali. No importa lo que ocurra o lo que averigüe, ayudaré a tu
amiga. Los Dioses quisieron que recogieras el cepillo de Paige para que
pudieras ver por lo que ella estaba pasando. Ahora ellos quieren que la ayude.
Mamá era un poco extraña en eso, siempre hablando sobre
Dioses y Diosas como si fueran reales y no solo personajes en las Historias de
Mitología que ella me había leído cuando era niña. Ares, Athena, algunas
Guerreras llamadas Nike y Sigyn. Mamá llamaba a todos los
Dioses y diosas por
el nombre, como si ella los conociera sobre personalmente o algo. Sí, era
totalmente vergonzoso cuando decía algo sobre los Dioses delante de mis amigos,
pero la quería mucho para querer decirle eso. Muchas veces, de todas formas.
—Me quedaré aquí y trataré con los médicos —dijo la Abuela
Espósito—. Tú ve ayudar a esa pobre chica, Majo.
Mi madre asintió y se giró de vuelta a mí.
—Adiós, bebé. Volveré esta noche tan pronto como pueda.
Ella tocó mi mejilla, y una vez más, sentí la calidez de su
amor lavándome, llevándose todos los problemas con él. Mi madre sonrió, luego
dejó la habitación.
La Abuela Espósito se quedó conmigo en el hospital. Los
médicos querían hacer algunas pruebas más, principalmente escáneres del
cerebro, para intentar averiguar por qué había tenido semejante pérdida de
control en la habitación de taquillas. Por supuesto, la Abuela no podía
decirles exactamente la verdad, que mi don Gitano me había hecho ver alto tan
horrible que mi cerebro básicamente se había sobrecargado con el dolor y se
había vuelto loco. Probablemente ellos querrían escanear su cerebro entonces,
si ella empezaba a decir lo de mi Psicometría.
Mamá y la Abuela no escondían el hecho de que éramos Gitanas
que tenían Magia, pero exactamente no lo anunciaban, tampoco. Usábamos nuestros
dones, pero no se lo explicábamos a la gente o fanfarroneábamos sobre las cosas
que podíamos hacer. La Magia era sólo parte de nosotras, junto con nuestros
ojos violetas y el nombre de la familia Espósito, y nadie realmente había hecho
nunca muchas preguntas sobre nuestros poderes, excepto yo.
Eso llevaba algunas discusiones por parte de la Abuela
Espósito, pero desde que los médicos no podían encontrar nada malo en mí,
eventualmente me liberaron esa tarde.
La Abuela me llevó a su casa, la cual estaba situada a pocas
calles del distrito central de Asheville. Me quedaba con la Abuela las noches
que mamá tenía que trabajar tarde, así que tenía mi propia habitación allí. La
Abuela insistía que me quedara en la cama durante el resto del día, pero me
dejó llamar a Bethany.
—¡Lali! —gritó Bethany en mi oído—. ¿Estás bien? ¿Qué estaba
mal contigo?
—Estoy bien —dije—. Estoy en casa de mi Abuela. Los médicos
creen que tuve un ataque o algo. Me hicieron algunas pruebas, pero dijeron que
estaría bien. Volveré a la escuela mañana. Ni siquiera conseguí un día libre.
—Bueno, lo que sea que fue, fue alucinante —dijo Bethany—.
Especialmente desde que seguiste gritando incluso después de desmayarte.
Estabas gritando y dando una paliza alrededor como si estuvieras poseída o algo
todo el rato. Todos en la escuela hablan de eso.
Me estremecí.
—¿Lo hacen?
—Oh, sí —dijo Bethany—. Todos estaban mandando mensajes
sobre eso.
Suspiré. Así que ahora iba a ser incluso más loca de lo que
era. Lali Espósito, “la chica ataque”. Genial. No tendría ninguna oportunidad
de encontrar una cita para el baile de bienvenida de segundo, el cual era en
unos pocos días. Podría haber dejado a Drew, pero aún iba a ir al baile, desde
que mi madre había encontrado el vestido perfecto para mí.
—¿Qué pasó con Paige? —pregunté.
—¿Qué pasa con ella? —Pude oír la confusión en la voz de Bethany—.
Ella estaba tan asustada como el resto de nosotras.
Me pregunté sobre eso, especialmente cuando recordé la
mirada extraña que Paige me había dado antes de que hubiera recogido el
cepillo, pero no le hice a Bethany más preguntas sobre Paige. Ella no sabría
las respuestas, de todas formas.
Hablé con Bethany unos pocos minutos más antes de que la
Abuela entrara en mi habitación y dijera que necesitaba descansar algo. Le dije
a Bethany que la vería mañana y colgué. Pasé el resto del día holgazaneando en
la cama y leyendo los comics que tenía acumulados en mi mochila. La Abuela
Espósito había parado en la escuela para recoger mi mochila de camino a casa
desde el hospital. Ella también consiguió mi tarea asignada para las clases que
me perdí, pero haría eso después. Me figuré que me merecía descuidarlo un poco.
La Abuela hizo una cena genial de pollo con especias del
Suroeste, con salsa de judías negras, y patatas dulces asadas. De postre,
teníamos crepas de manzanas dulces y pegajosas salpicadas con azúcar de canela
y por encima con helado de vainilla. Aunque no comí mucho.
Estaba demasiado
ocupada pensando en Paige y lo que podría estar ocurriéndole.
Mi madre finalmente llamó tarde esa noche.
—Está hecho —dijo ella en una voz cansada—. Le dije a Paige
que era tu madre y conseguí que hablara conmigo. Me dijo exactamente lo que
viste con tu Psicometría, y arresté a su padrastro.
Solté una tensa respiración.
—¿Así que Paige está bien ahora?
—Lo estará —dijo mi madre—. La madre de Paige está fuera de
la ciudad en un viaje de negocios, así que Paige y su hermana se quedarán con
algunos parientes. Llamé a su madre, y ella estaba de camino de vuelta a casa
ahora mismo. Estaba horrorizada por lo que le dije. No tenía ni idea de lo que
estaba pasando. Nadie lo hacía, excepto Paige. Su padrastro amenazó con empezar
a hacer lo mismo a su hermana pequeña si Paige le decía a alguien lo que la
estaba haciendo.
No dijimos nada durante varios segundos.
—Hiciste algo bueno hoy, Lali —dijo finalmente mi madre en una
voz gentil—. Realmente algo bueno. Estoy orgullosa de ti.
—¿Por qué? ¿Perder el control y gritar?
—Sabes lo que quiero decir —dijo mi madre—. Usaste la Magia
Psicométrica para ayudar a alguien más. Ese es el por qué tenemos nuestros de
dones Gitanos en primer lugar, ya lo sabes. Para ayudar a otros y a nosotros
mismos, si lo necesitamos.
No, no lo sabía, porque mamá y la Abuela Espósito nunca
hablaban sobre cosas así. Nunca mencionaban por qué éramos Gitanas o de dónde
venía nuestra Magia en primer lugar. En raras ocasiones cuando intentaba hablar
sobre ello, se ponían todo vagas y nerviosas, justo como hacían cuando
preguntaba sobre mi padre, Carlos, quien había muerto de cáncer cuando tenía
dos años.
Abrí la boca para preguntar a mi madre una vez más sobre
quiénes éramos y por qué podíamos hacer las cosas que hacíamos, pero ella me
interrumpió.
—De todas formas, tendré una tonelada de papeleo para
terminar —dijo mi madre—. No me esperes levantada. Hablaré contigo por la
mañana. Te quiero, Lali.
Durante un segundo, pensé otra vez en preguntarle sobre
nuestra Magia, pero sabía que ella no me respondería. Nunca lo hacía. Además,
había tenido un día largo, ayudando a Paige. Mi madre sonaba cansada, así que
decidí no molestar esta noche.
—Yo también te quiero —dije, y colgué.
No sabía entonces que
esta sería la última vez que hablaría con ella.
Me di una ducha, me puse mi pijama, y me arrastré a la cama.
La Abuela Espósito vino y me arropó, como solía hacer cuando era una niña
pequeña. Apagó la luz, me acurruqué bajo
las mantas y me dormí.
Mis sueños fueron extraños esa noche, llenos de espadas y
figuras ensombrecidas y un par de ojos rojos ardiendo que parecían seguirme sin
importar cuán duro intentara alejarme de ellos.
En mis sueños, corría y corría
y corría, llevando una espada plateada en mi mano, pero los ojos siempre
estaban allí, siempre me perseguían. Cuando finalmente dejé de correr y giré
para enfrentarles, los ojos siguieron avanzando, lavándome como nubes de
asfixiante humo antes de que me tragaran entera.
Me desperté sudando, un grito alojado en mi garganta, mis
piernas adormecidas, mi corazón golpeando frenéticamente en mi pecho. Top-
top-top. Me llevó unos pocos segundos darme cuenta que solo había sido un sueño
y que estaba a salvo y caliente en la casa de la Abuela Espósito. Por alguna
razón, el hecho de que sólo fuera un sueño no lo hizo menos espeluznante. No
esta noche.
Me giré y miré el reloj de al lado de la cama. Las tres y
treinta y siete de la mañana, pero sabía que no podía volver a dormirme, no con
la imagen de esos ardientes ojos aún frescos en mi cabeza. Lo extraño era, que
no podía averiguar de dónde habían venido.
Cuando tocaba un objeto, cuando tenía destellos de las
imágenes y sentimientos asociados a ellos, llegaban desde una parte de mí, y
siempre podía recordar lo que había visto. Era como tener memoria fotográfica.
Algunas veces, cuando estaba durmiendo, mi mente navegaba a través de todos
esos recuerdos, mostrándome trozos al azar y puntos de ellos, como si estuviera
viendo trozos de una docena de películas a la vez.
Pero nunca había visto un par de ojos rojos antes y
definitivamente habría recordado esos ojos y su cruel y ardiente brillo.
Aún un poco confusa con el sueño, salí de la cama y me
dirigí hacia el cuarto de baño. Las voces sonaban desde abajo, amontonándose
escaleras arriba hacia mí —bajas, suaves, urgentes—. Mamá finalmente debía
haber llegado a casa y estaba hablando con la Abuela.
Bien.
Cuando terminé en el cuarto de baño, me dirigí escaleras
abajo hacia la cocina, donde mamá y la Abuela siempre tenía sus charlas
tarde-noche sobre chocolate casero caliente y cual fuera el dulce que mi Abuela
había horneada ese día.
Pero no estaban en la cocina, incluso aunque las luces
estaban encendidas. Extraño. No oía las voces hablando ya, tampoco, así que
caminé por el pasillo y entré en la parte delantera de la casa.
La Abuela Espósito estaba deprimida contra la puerta
delantera, su mano en el pomo como si acabara de cerrarla detrás de alguien.
—¿Abuela? —susurré, un sentimiento muy, muy malo se hinchó
en mi estómago—. ¿Pasa algo malo?
Después de un momento, la Abuela Espósito se giró para
mirarme. Las lágrimas caían por sus mejillas, llenando cada simple arruga en su
piel, y de repente parecía tener cien años.
Yo no era Psíquica, no como mi Abuela. No podía ver el
futuro, pero de alguna manera, sabía lo que ella iba a decir antes de que
abriera su boca.
—Ha habido un terrible accidente —comenzó la Abuela Espósito.
No oí el resto de sus palabras.
Había comenzado a gritar otra vez.
††††
A los días siguientes —no, a las semanas siguientes— pasaron
en un clima lleno de pena. Mi madre había tenido un accidente de coche de
camino a casa desde la estación de policía esa noche. Un conductor borracho
había salido de algún lugar y chocó contra su coche antes de alejarse. De
repente, mi madre había muerto instantáneamente. Ella había sido herida tan
gravemente en el accidente que la Abuela Espósito se negó a dejarme ver su
cuerpo, y el ataúd estaba cerrado en su funeral.
Realmente, lo único en lo que podía pensar era el hecho de
que mi madre estaba muerta y todo eso era culpa mía.
Si sólo no hubiera recogido el cepillo de Paige después de
mi clase de Gimnasia, si sólo no hubiera querido saber lo que ella estaba
escondiendo, si sólo no hubiera querido saber tan desesperadamente cuál era su
secreto.
Si sólo hubiera usado el cepillo de Bethany en su lugar,
nada de esto hubiera ocurrido. Nunca habría visto al padrastro de Paige, lo que
le estaba haciendo, y mi madre nunca hubiera estado fuera tan tarde esa noche.
Mi madre hubiera estado en casa conmigo y no en el camino de ese estúpido
conductor borracho.
Por supuesto, la cara B era que el padrastro de Paige aún
habría estado abusando de ella y nadie hubiera sabido eso. Nadie hubiera
ayudado a Paige.
No sabía qué idea me hacía enfermar más: mi madre muriendo
porque había sido demasiado entrometida, o Paige siendo herida una y otra vez
porque yo no lo había hecho. Los feos pensamientos de culpabilidad seguían
hilándose alrededor de mi cabeza, como un carrusel loco que no podía detener y
del que no podía bajarme, sin importar cuánto quisiera hacerlo.
No hice mucho después de eso. No volví a la escuela. No hice
la tarea. No hablé con mis amigos. Apenas comía, y difícilmente dormía. Solo me
quedaba en mi dormitorio en la casa de la Abuela Espósito y lloraba.
Y lloraba y lloraba y lloraba algo más.
La Abuela hizo todo lo que pudo para hacerme sentir feliz.
Me cocinó carnes especiales y horneó mis postres especiales y me sujetó cuando
lloraba. Me decía una y otra vez que no era culpa mía, que fue un capricho de
los Dioses, un cruel giro del destino que incluso ella no había visto venir con
todos sus poderes Psíquicos. Dioses o no, destino o no, nada de lo que dijo me
hizo cambiar de opinión.
La muerte de mi madre era culpa mía y toda la culpa era mía
para soportar.
Sola. Siempre.
Una mañana, unas tres semanas después del funeral de mi
madre, una llamada sonó en la puerta delantera.
Era principios y hacía frío para Mayo, tanto frío que una
capa de escarcha había cubierto todo afuera con una delgada sábana de hielo plateado.
La llamada sonó otra vez, pero estaba demasiado ocupada mirando por la ventana
de mi dormitorio a nada en particular para responder. Además, probablemente era
alguno de los clientes de mi Abuela, viniendo para conseguir su futuro. La Abuela
Espósito había comenzado a ver gente otra vez esta semana, diciendo que
necesitaba mantenerse ocupada, que necesitaba hacer algo además de sentarse
alrededor y pensar en el hecho de que su hija estaba muerta. Había intentado
que hiciera lo mismo, hacer algo, cualquier cosa, hacer que mi mente descansara.
La Abuela estaba dolida, también, así que hice lo que pude
por complacerla. Para empezar, ayudé a la Abuela a meter en cajas todo en mi
vieja casa y trasladarlas a la suya, desde que estaba viviendo con ella ahora.
Decoré mi habitación de la manera que quería, viendo la TV, y pretendiendo leer
mis comics, aunque no podía recordar lo que ocurrió de una de las páginas a
todo color a la otra. Y cuando lloraba, lo hacía en mi dormitorio tarde por la
noche, donde la
Abuela no podía ver u oírme, incluso aunque sabía que ella
estaba haciendo lo mismo en su dormitorio al otro lado del pasillo.
Pero nada aligeró el dolor en mi corazón, o me ayudó a
tratar con la culpa sobre la muerte de mi madre.
—¡Lali! —Llamó la Abuela Espósito varios minutos después—.
¡Baja las escaleras, por favor!
Así que no era uno de sus clientes después de todo. Por lo
demás, la Abuela habría estado ocupada por ahora diciendo a la persona su
futuro. Suspiré, limpiando la última ronda de lágrimas de mi cara, y caminando
pesadamente hacia la cocina.
Para mi sorpresa, dos personas estaban sentadas en la mesa
de la cocina: la Abuela Espósito y una mujer con la que estaba bebiendo el té.
La mujer levantó la taza de té azul, cubierta de copos de
nieve hacia sus labios y tomó un pequeño y preciso sorbo. Entonces dejó la
taza, posicionándola en la mesa, antes de mirarme.
Era bajita, con un cuerpo
que parecía regordete y fuerte dentro de su traje sastre: pantalón negro y
camisa blanca. Su pelo negro estaba recogido en un moño, y sus ojos eran de un
suave verde detrás de sus gafas plateadas.
Me miró durante varios segundos, su mirada persistiendo en
mi cara, como si no pudiera creer mucho lo que estaba viendo. No podía imaginar
lo que ella veía en mis ojos llorosos y manchados, las mejillas rojas que la
interesaran tanto. Finalmente, la mujer apartó la silla, se puso de pie, y
estiró su mano en mi dirección.
—Hola, Lali —dijo ella—. Soy la Profesora Emilia.
Miré su mano, sosteniéndose allí en el espacio entre
nosotras. Por mi Magia Psicométrica, tenía cuidado sobre tocar a otras personas
o dejarlas que me tocaran. Conseguía vívidas vibraciones de objetos, pero podía
conseguir más, más destellos de sentimientos si tocaba la piel desnuda de otra
persona. Algunas veces podía ver algo que una persona había hecho, desde todas
las cosas buenas que había logrado, hasta todos los oscuros y retorcidos
secretos que mantenía encerrados en su corazón. Tan malo como había sido ver lo
que el padrastro de Paige la estaba haciendo, los recuerdos, las emociones, y
la intensidad habrían sido mucho peor si hubiera agarrado la mano de Paige ese
día en lugar de su cepillo.
—Lali no saluda con las manos, Profesora Emilia —dijo la
Abuela Espósito en lo que casi sonaba como un tono de advertencia.
—Por supuesto que no —dijo Emilia, bajando su mano—. Lo
olvidé. Error mío. Me disculpo.
La Abuela gesticuló hacia la tercera silla en la mesa.
—Siéntate, Lali. Por favor.
Hice lo que me pidió. Había terminado de dejarme caer cuando
me di cuenta que la Abuela había usado mi nombre en lugar de llamarme Calabaza
como normalmente hacía. Miré a hurtadillas a la Abuela Espósito y me di cuenta
que sus labios estaban presionados en una tensa y delgada línea. Ella casi
siempre sonreía, así que, ¿por qué parecía tan seria? Incluso sus bufandas
colgaban mustias y rectas alrededor de su cuerpo, las monedas de los flecos
estaban tranquilas y en silencio, como si no se atrevieran a tintinear justo
ahora.
Por primera vez desde la muerte de mi madre, algo de la
apagada, dolorosa, niebla de culpabilidad se aligeró de mi cabeza, y comencé a
preguntarme quién era la Profesora Emilia y qué estaba haciendo aquí. Por
alguna razón, no creía que fuera a gustarme la respuesta.
La Abuela Espósito me miró, sus ojos violetas estaban tan
serios como el resto de su cara.
—La Profesora Emilia está aquí para hablarte sobre tu nueva
escuela, Calabaza.
Parpadeé. ¿Nueva escuela? Ya tenía una escuela —Ashland High
School— incluso si no había estado en clase en semanas o pensado en ello para
cuando estuviera de vuelta.
—¿Qué nueva escuela? —pregunté en un tono cauteloso.
Emilia me sonrió, sus dientes blancos resplandecían contra
su piel bronceada.
—Se llama Academia Mythos. Es donde enseño.
¿Academia Mythos?
Eso sonaba totalmente pretencioso, como alguna escuela privada lujosa, refinada
en la que la gente rica enviaba a sus hijos consentidos.
—Está en la Cypress Montain —continuó Emilia, sentándose de
nuevo—. No está muy lejos de aquí.
Fruncí el ceño. De hecho, había oído de Cypress Montain. Era
una pequeña comunidad a las afuera de Asheville, algún barrio en Carolina del
Norte en el extremo del país en donde los turistas se reunían porque estaba
lleno de tiendas de principio a fin y boutiques que vendían buenos diseños
exclusivos.
Pero eso no era todo lo que había oído sobre la Cypress
Montain. El verano pasado, Bethany y su prima habían estado en una fiesta allí.
Bethany había dicho que todos los chicos estaban forrados, conduciendo coches
caros y llevando ropas de diseñador. También me había dicho que esos chicos
habían bebido, fumado, y enrollado más que todos los demás en la fiesta
combinados.
—Y es un internado, así que vivirás en el campus, llegado el
otoño — acabó Emilia.
El pánico ondeó a través de mí con sus palabras, y mi cabeza
se giró bruscamente hacia la Abuela Espósito, quien ya estaba sacudiendo su
cabeza en anticipación a lo que iba a decir.
—Ahora, no te preocupes, Calabaza —dijo la Abuela—. Estaré
bien, y tú también.
—Pero no quiero dejarte. No puedo. —Mis palabras salieron en
un ronco, estrangulado ruido áspero. Las lágrimas comenzaron a arder en las
esquinas de mis ojos, pero las alejé parpadeando—. No puedo perderte, también.
La Abuela Espósito levantó la mano y agarró la mía, Sus
dedos suaves y cálidos y haciendo juego con el sentimiento de su amor por mí
sirvió un poco para alejar el frío que de repente se había filtrado en mi cuerpo.
— No vas a perderme, Calabaza. Estaré justo aquí en esta
vieja casa, diciendo la fortuna como es habitual. Hay un autobús que va a
Cypress Montain desde aquí a Asheville cada día, y serás capaz de visitarme en
el momento que quieras. ¿Cierto, Profesora?
Emilia cambió en su silla.
—Bueno, de hecho, los estudiantes no tienen permitido dejar
el campus durante la semana, pero estoy segura que podemos arreglar algunas
visitas los fines de semana.
Una chispa de enfado comenzó a arder en mi corazón. Estaba
siendo cambiada a un estúpido internado, ¿y las Potencias pensaban que iban a
mantenerme alejada de mi Abuela? Creo que no. Vendría a visitar a la Abuela
Espósito cada maldita vez que quisiera hacerlo. Ni una sola pared, puerta,
barra de hierro, o lo que fuera que pudiera tener la Academia Mythos iba a
evitar que hiciera eso.
Aún así, luché por estar tranquila. Quizás hubiera una
oportunidad para salir de esa estúpida Academia.
—¿Pero por qué tengo que ir a esta escuela? —dije—. ¿Por qué
no puedo quedarme en mi escuela habitual? ¿Quizás en el otoño?
—Porque Mythos no es solo una escuela, Lali —dijo Emilia—.
Es para chicos como tú. Chicos con Magia.
Magia. La palabra colgó en el aire entre nosotras, y durante
un momento no estuve segura de si había oído bien. Pero Emilia siguió mirándome,
y así lo hizo la Abuela Espósito. No había sido un error o un desliz de la
lengua. De alguna manera, Emilia sabía que tenía Magia.
—¿Así que lo sabe? ¿Lo de mi don Gitano? —pregunté en voz
baja.
Emilia asintió.
—Lo sé. Tu Abuela me habló de él y el... accidente que
tuviste hace unas pocas semanas. Los Profesores en Mythos pueden ayudarte a
evitar que eso ocurra otra vez. Podemos enseñarte todas la utilidades de tu
Magia Psicométrica, Lali. Entre... otras cosas.
Pensé que tenía un buen agarre en mi Magia ya. Había
enloquecido y empezado a gritar sólo cuando había tocado el cepillo de Paige,
porque los recuerdos que tenía acumulados habían sido muy horribles. Pero, ¿qué
eran esas otras cosas que Emilia había mencionado? ¿Y por qué parecía tan
severa sobre ellas?
—¿Qué tipo de chicos van allí? —pregunté—. ¿Qué tipo de
Magia tienen? ¿Son Gitanos como yo?
Emilia miró a mi Abuela otra vez.
—Varios, dependiendo del estudiante y su origen. Pero los
Vikingos y las Valquirias son muy fuertes, mientras que los Romanos y las
Amazonas son muy rápidos.
¿Valquirias? ¿Amazonas? ¿De qué estaba hablando? Emilia
sonaba como mi madre. Lo siguiente que sabía, era que ella estaba soltando
peroratas como si los Dioses fueran reales.
A pesar de mi confusión, me enfoqué en sus palabras.
—¿Fuertes? ¿Rápidos? ¿Qué quiere decir? ¿Fuertes como si
pudieran levantar un banco de cientos kilos? ¿O fuertes como Hulk? —Gesticulé
hacia un montón de comics en la encimera.
Emilia me miró.
—Como Hulk. Súper naturalmente fuertes. Mágicamente fuertes.
—Oh.
Eso fue todo lo que pude decir. El leve dolor que había
nublado mi cerebro se había apagado, pero había sido reemplazado por un nudo
punzante de preocupación —y también por más que un poco de curiosidad—. Incluso
ahora, después de la muerte de mi madre y mi culpa, alguna pequeña parte de mí
se preguntaba sobre esos chicos que podían hacer cosas como yo y qué tipo de
Magia y secretos podrían tener.
Noté que Emilia realmente no me había respondido la pregunta
sobre si había otros estudiantes Gitanos en la Academia Mythos, pero una docena
de otras preguntas ya habían aparecido en mi cabeza.
—Pero cómo y por qué...
—Lo siento, Lali, pero ya ha sido decidido. —Me interrumpió
la Abuela Espósito—. Te he matriculado, y la Profesora Emilia ha dejado tu
horario ya.
Emilia alcanzó debajo de la mesa y sacó un maletín de cuero.
Lo dejó en su regazo, abrió la tapa, y algo crujió dentro. Luego cerró el
maletín y me pasó una hoja de papel. Lo miré un segundo antes de tomarlo de
ella.
Mantuve mi respiración, pero no conseguí ninguna vibración
no querida o destellos del papel.
Sólo la sensación de que había sido impreso a
través de una impresora láser de algún sitio antes de que Emilia lo hubiera
puesto en su maletín. Sin sorpresas ahí. Muchas veces, estaba bastante segura
cuando tocaba cosas ordinarias que tenían una función específica, como
bolígrafos, platos, o pomos de puertas. La gente no pensaba mucho en ese tipo
de cosas o dejaba muchas vibraciones en ellas. Lo mismo era cierto en cosas que
la gente usaba mucho cada día, como los ordenadores en la biblioteca de mi
escuela. Mi ahora antigua escuela, pensé.
Una vez estuve segura de que no iba a conseguir nada
asqueroso, ni vibraciones inesperadas del papel, comencé a leer: Inglés,
Cálculo, Química, Gimnasia... Mis ojos escanearon la lista, parando en la clase
del final.
—¿Historia de la Mitología? —pregunté—. ¿Qué tipo de clase
es esa?
Emilia sólo sonrió.
—Ya lo verás, Lali. Ya lo verás. Pero ahora mismo, tengo que
volver a la Academia. Tengo algunos papeles para clasificar, entre otras cosas.
Sólo quería venir y presentarme.
La Profesora se puso de pie.
—Cielo, fue un placer verte otra vez. Sólo desearía que las
circunstancias pudieran haber sido diferentes.
—Yo también, Profesora. Yo también —murmuró mi Abuela.
Las dos compartieron una mirada triste, casi melancólica
antes de que la Abuela Espósito se pusiera de pie y agarrara la mano de la
Profesora. Entonces mi Abuela se giró hacia mí.
—Calabaza, ¿por qué no le muestras a la Profesora Emilia la
salida? Tengo que prepararme para mi próximo cliente.
—Seguro —murmuré, preguntándome qué estaba pasando entre
ellas dos y por qué habían decidido excluirme—. Por aquí, Profesora.
Emilia me siguió por el pasillo y volvimos a la puerta
delantera. La abrí, y ella salió al exterior. En algún momento mientras
habíamos estado hablando, el sol había salido y quemó la escarcha plateada,
hasta que el único rastro de ella permanecía en las sombras del porche.
Comencé a cerrar la puerta detrás de ella, pero Emilia se
giró para enfrentarme, un tipo de mirada extraña en sus ojos verdes.
—Lamento mucho lo de tu madre —dijo ella en una voz suave.
Docenas de personas me habían dicho lo mismo durante las
pasadas semanas, todos mis amigos de la escuela y los otros policías que habían
trabajado con mi madre. Pero por alguna razón, sentí que Emilia realmente
quería decir lo que dijo, que realmente estaba triste por lo de mi madre. Casi
como si... hubiera conocido a mi madre o algo. Pero eso no era posible.
Había
conocido a todas las amistades de mi madre, y Emilia no era una de ellas.
—Espero que le des a la Academia Mythos una oportunidad,
Lali — continuó Emilia—.
Realmente creo que es el mejor lugar para ti ahora
mismo. Para que aprendas cómo controlar completamente tu Magia... y otras
cosas.
Ahí estaban esas otras cosas molestas otra vez, las que aún
no había explicado. Abrí la boca para preguntarle sobre ellas, pero Emilia
sonrió, dirigiéndose hacia los escalones del porche, y saliendo a la acera.
Tenía un Range Rover que estaba estacionado delante de la casa y se alejó
conduciendo.
Salí al porche también y la observé girar en la esquina y
desaparecer de la vista. De alguna manera, sabía que toda mi vida había
cambiado. No era sólo el hecho de que hubiera sido enviada a una nueva escuela
para el otoño. Había algo más en todo esto. Podía sentirlo.
Justo de la manera que sabía que no había nada que pudiera
hacer excepto ir a Mythos y ver lo que me aguardaba allí. Chicos ricos con
Magia, por como sonaba.
Guerreros quizá, desde que Emilia había mencionado a las
Valquirias y a las Amazonas. Pero, ¿contra qué o quién posiblemente podrían
luchar ellos?
Durante un segundo, esos ardientes ojos rojos llenaron mi
mente otra vez. A pesar del sol de primavera, un escalofrío se deslizó por mi
columna y no sólo por el sueño espeluznante que había tenido la noche pasada.
No, estaba preocupada por lo que podría encontrar en la Academia Mythos en
otoño y todos los secretos que podría descubrir. Secretos sobre mí misma y
quizás, también sobre mi Magia.
††††
—¿Realmente es necesario? —gruñí.
Había pasado una semana desde que la Abuela Espósito y la
Profesora Emilia me habían informado de que iría a la Academia Mythos para el
otoño. Temprano esta mañana, Emilia se había presentado en la casa de la Abuela
y anunció que era el momento de que tomara un viaje a la escuela. Ignorando mis
hoscas protestas, la Profesora nos había conducido a Cypress Montain, pasando
una enorme puerta de hierro, y entrando en los terrenos de la Academia.
Ahora estábamos de pie en el borde de lo que Emilia estaba
llamando el “Patio Superior” el corazón de la Academia Mythos. El pintoresco
patio parecía como algo que habrías encontrado en un Instituto preparatorio del
Ivy League o el Campus Universitario. Los enormes árboles se presumían espesos
y verdes, con sus ramas cargadas de hojas, los bancos de hierro estaban
acurrucados debajo de ellos en los bordes, y una suave alfombra de césped salía
en todas direcciones.
—¿No puedo tomar fotos de la Academia online? —gruñí—. Ya me
ha escrito e-mails con el usuario y la contraseña para la página Web de la
escuela.
—Sí, Lali, es realmente necesario, y no, no puedes mirar
fotos online —dijo la Profesora Emilia—. Esta es la misma orientación que damos
a todos los estudiantes de primer año, y lo tienes, también, incluso aunque a
los diecisiete serás clasificada como estudiante de segundo año. Ahora, vamos.
Tenemos mucho terreno que cubrir hoy.
Emilia avanzó por un camino de piedra gris que hacía un
enorme círculo alrededor del patio y comenzó a caminar a un paso lento y
relajado. Suspiré y caminé detrás de ella.
—Esos cinco edificios son donde pasarás la mayoría de tu
tiempo. El de Historia- Inglés, el de Matemáticas-Ciencias, el comedor, el
Gimnasio, y por supuesto, la Biblioteca de Antigüedades —dijo Emilia.
Señaló la estructura apropiada cuando las pasamos, pero
todos me parecían iguales, edificios de piedra gris oscura cubierta con cepas
verdes redondas de hiedras. En cada una destacaba una variedad de torres y
balcones, haciéndolas parecer como parte de alguna película de terror gótica situada,
en lugar de una elegante Escuela Privada. Medio esperaba irregulares luces que
de repente crujieran en el cielo sobre la cabeza, zumbando, y golpeando encima
de una de esas torres puntiagudas.
Eso no ocurrió, pero cuanto más miraba a los edificios, más
me daba cuenta que había algo... siniestro en ellas. No los edificios en sí
mismos, pensé, sino en las muchas estatuas que los cubrían.
Grifos, Gárgolas, Dragones, un Minotauro descomunal. Me
llevó un minuto darme cuenta de que todas las estatuas estaban talladas en las
formas de Monstruos Mitológicos sacados de historias para la hora de dormir que
mi madre solía leerme. Las estatuas estaban hechas de la misma piedra gris
oscura que los edificios, pero por alguna razón, sus dientes y garras y talones
brillaban en el cálido sol de primavera. Pensaba que al arquitecto había tomado
el nombre de la “Academia Mythos” un poco demasiado literalmente. Los Monstruos
Mitológicos no existían, sin importa cuán reales y vivos parecieran las
estatuas o cómo sus ojos abiertos, sin párpados parecieran seguir cada uno de
mis movimientos... ¿cierto? No estaba tan segura de la respuesta ahora. Me
estremecí y aparté mi mirada de un par de Grifos particularmente de apariencia
fiera plantados a cada lado de los escalones de la biblioteca.
Antes de que pudiera preguntar a Emilia qué pasaba con las
espeluznantes estatuas, otro
Profesor llegó y comenzó a hablar con ella. Hundí
mis deportivas en el césped del camino y me enfoqué en otras cosas que podía
ver en el patio, los estudiantes.
Una clase debía haber terminado porque los chicos de todas
formas, tamaños, y etnias salieron al patio, riendo, hablando, y mandando
mensajes por sus móviles. Emilia me había dicho que los chicos en Mythos se
registraban a la edad de primer año, a los dieciséis años los estudiantes
subían a sexto año, a los veintiuno los estudiantes, pero no me había dicho
cuán ricos eran. Incluso el chico más rico de mi viejo Instituto no podía
afrontar las marcas que vi punteadas en sus bolsos, camisas, pantalones, y
deportivas que los chicos aquí llevaban puestas. Sin mencionar los relojes de
platino que brillaban en las muñecas y las tachuelas de diamantes que guiñaban
en sus orejas.
Una chica de mi edad se detuvo en el patio a pocos pies de
mí, mandando un mensaje por su móvil. Era bonita, con el pelo rubio, la piel
color ámbar, y los ojos oscuros, pero lo que realmente llamó mi atención fueron
las chispas rosa-princesa que bailaban en el aire a su alrededor como
mariposas. Sus dedos golpeaban a través del teclado de su teléfono, y me di
cuenta que las chispas actualmente salían disparadas de sus dedos como fuegos
artificiales en miniatura.
Y ella no era la única con chispas en los dedos y luces
parpadeando alrededor de su cuerpo.
Verde, azul, dorado, rojo. Todos esos
colores y más brillaban en el aire, como si los chicos a mi alrededor
estuvieran pateando nubes de confeti brillante cuando caminaban de un lado a
otro del patio. La electricidad zumbaba en el aire, y pude sentir el poder en
esos destellos de color y en los chicos en sí.
Magia, pensé con una sacudida. Esos golpes y chisporroteos y
chispas eran Magia. No Magia como la mía, sino poder sobrenatural todo al mismo
tiempo. No había creído suficiente a Emilia cuando había dicho que había otros
chicos ahí fuera como yo, chicos que podían hacer cosas alucinantes, pero ahora
estaba viéndolo por mí misma.
La chica rubia con el teléfono terminó su mensaje de texto y
levantó la mirada, pillándome mirándola con los ojos abiertos de par en par.
—¿Qué estás mirando
—dijo ella bruscamente.
—Yo...
—¡Euge! —dijo otra chica a través del patio.
Euge me miró una última vez, luego saludó con la otra mano a
la otra chica y comenzó a caminar hacia ella. Pensé en llamar a Euge y
preguntarla qué tipo de Magia tenía, de dónde venía esas chispas rosa princesa,
y qué podía hacer con ellas, pero no quería sentirme como una total idiota.
Emilia terminó su conversación con el otro Profesor y se
giró hacia mí. No parecía notar la mirada aturdida en mi cara.
—¿Seguimos el tour a la siguiente biblioteca?
Todo lo que pude hacer fue asentir con mi cabeza y seguirla.
Emilia me guió pasando dos estatuas de Grifos, subiendo los
escalones de la biblioteca, a través de las puertas delanteras, y bajando a un
pequeño vestíbulo. Caminamos hacia la parte principal de la biblioteca, la cual
tenía la forma de una enorme cúpula. El techo estaba recortado todo el camino
hacia la parte superior, y arqueé el cuello hacia arriba, intentando ver qué
estaba en los niveles superiores, pero todo lo que realmente podía ver eran
espesas sombras.
Emilia caminó hacia un amplio pasillo central y pasó varias
mesas de estudio. La encimera de recepción dividía un lado de la biblioteca del
otro, junto con varias oficinas acristaladas.
—Esta es la Biblioteca de Antigüedades —dijo la Profesora,
extendiendo las manos ampliamente—. ¿No es maravillosa?
Era maravillosa, aunque nunca le admitiría eso. Era la
biblioteca más grande que había visto nunca, atiborrada con más libros de los
que había soñado que existían. Estanterías y estanterías y estanterías de
libros extendiéndose en el alcance más lejano de la sala abovedada, junto con
varias Urnas de cristal, del tipo que ves en los museos. Miré fijamente hacia
la Urna más cercana, intentando averiguar qué había dentro. ¿Eso era una...
espada? Extraño. ¿Por qué había armas en una biblioteca?
Pero mi atención fue rápidamente capturada por algo más —las
estatuas que rodeaban el balcón entero del segundo piso. Delgadas y onduladas
columnas separaban las estatuas, las cuales eran aproximadamente de nueve
metros de alto y hechas en mármol blanco que brillaba en la débil luz. Para mi
sorpresa, no tenían la forma de Monstruos esta vez.
No, esas estatuas eran de los Dioses.
Reconocí unas pocas estatuas de las historias y dibujos que
mi madre me había contado y mostrado, muchos Dioses Griegos como Zeus, Athena,
y Poseidón, y dioses Nórdicos como Odín con su único ojo. Pero mi mirada siguió
volviendo a una estatua en particular, una Diosa con un par de alas arqueadas
sobre su espalda y una corona de laureles descansando en su cabeza. Los ojos de
la Diosa parecían mirarme directamente, como los monstruos en el patio, y tuve
un momento difícil apartando la mirada de su fría belleza.
—¿Quién es? —pregunté a Emilia, señalando a la estatua.
—Nike, la Diosa Griega de la victoria —dijo la Profesora—.
Aprenderás sobre ella y todos los otros Dioses en mi clase de Historia de la
Mitología. Ahora, vamos. Hay alguien que quiero que conozcas.
Emilia me guió hacia la encimera de recepción y miró
fijamente hacia una de las oficinas acristaladas que se situaban detrás de
esta. Un hombre con el pelo negro-tinta, ojos azules, y pálida piel estaba
sentado en la oficina más grande, hablando por teléfono y golpeando suavemente
un bolígrafo en su escritorio con su mano libre.
—Ese es Nicolas. Es el bibliotecario —dijo Emilia—.
Trabajarás para él.
Además de hacerme cambiar de escuela, las Potencias en la
Academia aparentemente pensaban que necesitaba un trabajo para después de
clase, también. Emilia había lanzado esa pequeña bomba sobre mí de camino a
aquí esta mañana. Era bastante malo que hubiera dejado a todos mis amigos
detrás para venir a Mythos, pero ¿hacerme trabajar, también?
Eso no era
demasiado justo. Además, ya tenía un trabajo — encontrar cosas perdidas para
los chicos— aunque no mencioné eso a Emilia.
La Profesora saludó a Nicolas para llamar su atención, y él
devolvió el saludo. Sonrió a Emilia, pero entonces sus ojos se deslizaron hacia
mí, y su expresión cambió completamente. Sus ojos se oscurecieron, y su boca se
ciñó en un fruncido. Si había algo como el odio a primera vista, parecía como si
Nicolas lo tuviera hacia mí, y no tenía ni idea de por qué. Le devolví la
mirada. No quería estar aquí más de lo que él me quería aquí.
—Desde que él está ocupado, volveremos más tarde —dijo
Emilia, aparentemente sin ver la misma mirada de desdén en la cara del
bibliotecario que yo vi—. Hay una cosa más que quiero mostrarte.
Dejamos la biblioteca y nos dirigimos hacia el edificio que
ella había señalado antes como el gimnasio. No era tan grande como la biblioteca,
pero era impresionante por igual. Las pancartas anunciaban los campeonatos de
la academia en varios deportes como tiro al arco, esgrima, y natación colgando
de las vigas sobre las cabezas. Miré las coloridas telas.
¿Esgrima? ¿En serio?
¿Enseñaban eso aquí? ¿Por qué?
Sacudí la cabeza y miré al resto del gimnasio. Brillantes
gradas de madera sobresalían de dos de las paredes y se interrumpían contra las
espesas colchonetas que forraban el suelo. Las colchonetas se extendían hacia
la pared más lejana, la cual estaba cubierta con algo bastante sorprendente…
armas.
Estantes y estantes de armas, espadas, dagas, estrellas para
tirar, bastones, hachas, y variedad de carcaj con flechas a juego. Más armas de
las que había visto nunca antes en algún lugar.
Pero lo realmente alucinante era que los chicos las estaban
usando.
Un par de docenas de chicos estaban de pie alrededor de una
de las colchonetas, sujetando armas y observando a dos chicos luchando con
espadas. Al menos, eso es lo que pensaba que estaba ocurriendo, tan ridículo
como parecía. Emilia notó que me ponía de puntillas, intentando ver lo que
estaba pasando. La Profesora subió medio camino por las gradas y me gesticuló
para que hiciera lo mismo y así poder conseguir una mejor vista.
No había estado imaginando cosas. Abajo, dos chicos que
parecían tener mi edad estaban intentando cortarse mutuamente a trozos con
largas espadas.
¡Clang-clang-clang!
Las cuchillas de metal golpeaban juntas en un furioso
rugido, tan alto y afilado que me hizo querer cubrirme los oídos. Pero no podía
apartar la mirada de la batalla simulada. Una y otra vez, los dos chicos
luchaban, atacando y retirándose, cada uno intentando conseguir la ventaja.
Mis ojos se centraron en uno de los chicos. Tenía el pelo espeso
y negro, un cuerpo totalmente musculoso, y balanceaba su espada como si supiera
exactamente lo que estaba haciendo con ella. Él era poder y gracia y elegancia,
y pude ver el intenso foco ardiendo en sus ojos azules incluso desde aquí en
las gradas. No sabía nada sobre armas, pero incluso yo podía decir que él era
el mejor luchador. Una y otra vez, atacaba, mientras todo lo que podía hacer su
oponente era intentar alejarse del camino de su espada silbante.
Finalmente, el segundo chico no fue lo bastante rápido. El
primer chico, el luchador, golpeó la espada de su oponente, entonces caminó
hacia delante, su cuchilla a una pulgada de la garganta del otro chico.
Parpadeé, preguntándome cómo alguien podía moverse tan rápido.
Los otros chicos miraban la batalla comenzaron a aplaudir, y
el ganador hizo una pequeña floritura con su espada y se inclinó hacia sus
compañeros de clase. Una sonrisa se extendió a través de su cara, y me di
cuenta cuán maravilloso era, el tipo de chico que podía llevarse tu corazón sin
ni siquiera intentarlo.
—Buen trabajo, Peter. —El elogio vino de un hombre grande y
fornido de pie en el borde de la colchoneta. Era incluso más musculoso que
Logan y parecía que podía romper ladrillos con sus manos desnudas. Llevaba un
polo blanco, pantalones, y deportivas, y un silbato colgando alrededor de su
cuello.
—Ese es el Entrenador Mariano —dijo Emilia, señalando hacia
el hombre fornido—. Es el responsable del entrenamiento de todos los
estudiantes en Mythos. Y el Espartano que acaba de ganar la pelea de espada es
Peter Lanzani.
¿Espartano? ¿Como un antiguo Guerrero Espartano? Mi mente
giró, intentando entender todas esas nuevas ideas y fijarlas con lo que sabía
del mundo, pero no estaba teniendo mucho éxito.
Peter caminó hacia la parte inferior de la gradas, agarró
una toalla de los escalones, y limpió el sudor de su cara. Él notó que lo
miraba, y nuestros ojos se centraron, su brillante mirada azul y mi confundido
violeta. Me dio una sexy sonrisa antes de girarse para hablar a uno de sus amigos.
Un minuto después, Peter recogió su espada otra vez y caminó hacia el círculo
de chicos para luchar con alguien más.
Emilia y yo nos quedamos donde estábamos y observamos al
Espartano ganar otra batalla.
Después de eso, los chicos se juntaron por parejas
y comenzaron a luchar mutuamente con varias armas. El Entrenador Ajax caminó de
una pareja a otra, ofreciendo insinuaciones, sugerencias, y elogios.
—¿Así que esta es realmente la clase de Gimnasia?
¿Entrenamiento con armas? —pregunté—. ¿Por qué?
—Porque por esto estás aquí, Lali —dijo Emilia en una voz
seria—. Por lo que todos los chicos están aquí. Para aprender cómo usar armas.
Para aprender cómo luchar. Para aprender cómo proteger a ti mismo y a la gente
que amas.
—¿Protegerme a mí misma de qué? —pregunté—. ¿Qué hay ahí
fuera tan malo?
Emilia dudó.
—Creo que esa discusión es mejor dejarla para otro día.
Después de todo, no queremos asustarte antes de que el semestre de otoño
empiece.
Ella intentó sonreír, pero sus labios no se levantaron lo
suficiente. Después de un minuto, intentó dejarlo y apartó la mirada de mí.
Pensé en todas las cosas extrañas que había visto hoy. Los
oscuros edificios Góticos, los chicos soltando chispas de magia, las
espeluznantes estatuas de monstruos, las de los Dioses y Diosas en la
biblioteca, y ahora dos chicos cortándose mutuamente con espadas. Estaba
empezando a pensar que quizá la Academia Mythos era exactamente lo que Emilia
había reclamado que era, una escuela para chicos Prodigio Guerreros. El
pensamiento envió un estremecimiento por mi columna y me llenó de confusión al
mismo tiempo.
Si Mythos era una escuela para chicos Prodigio Guerreros,
entonces, ¿qué estaba haciendo yo aquí? No era una Guerrera, y dado mi torpeza
en la clase de Gimnasia en mi viejo Instituto, todo el entrenamiento en el
mundo no me convertiría en una.
—Vamos —dijo Emilia, poniéndose de pies—. Te llevaré al
comedor, y entonces volveremos a la biblioteca para que puedas conocer
finalmente a Nicolas.
—No puedo esperar —murmuré, pero la Profesora no me oyó.
Emilia comenzó a bajar los escalones de las gradas, y me
puse de pie para seguirla. Ella empujó a través de las puertas y esperó,
sujetando una para mí. Incluso aunque sabía que estaba entretenida, no pude
evitar deslizar una mirada más sobre mi hombro hacia el chico Espartano, Peter.
Él notó que le miraba y me dio un lento y sugerente guiño.
¿Estaba... estaba flirteando conmigo? Ni siquiera me conocía.
—¡Peter! —llamó el Entrenador Mariano—. ¡Prepárate otra vez!
Peter inclinó la cabeza hacia mí una vez más, luego se giró
para enfrentar a su siguiente oponente.
—¿Lali? —llamó Emilia desde la puerta—. ¿Vienes?
—Sí —dije, apartando mi mirada del Espartano—. Voy.
Seguí a la Profesora Emilia fuera del gimnasio y volvimos al
patio principal. Mis ojos vagaron sobre el paisaje. Vi las mismas cosas que
cuando había caminado por primera vez por el patio. Árboles. Bancos. Edificios.
Estudiantes. Estatuas.
Todo parecía bastante inocente desde una distancia, pero
había más aquí qué encontrar con el ojo. No tenía que tocar nada o usar mi don
Gitano para averiguar qué. Podía “sentirlo” profundo en mis huesos.
No sabía por qué estaba siendo cambiada a la Academia Mythos
o cómo se suponía que encajaría con los chicos ricos y las armas que blandían
con semejante habilidad, pero una cosa era segura, mi vida nunca, nunca iba a
volver a ser la misma.
Fin de la historia corta.
¿¿¿???
ResponderEliminar???
ResponderEliminarPerdon por no responderte antes pero llegaron mis primas pequeñas y no me dejaban ni un minuto leer tranquila:(
ResponderEliminarMe llamo sofia(;
Daleee!ya quieroooo que comienzee(;
Ahora voy a leer esto que no lo lei para responderte sin que se me olvidara);
#Soo
@Sof_Pi
News Peter Lanzani!
Y ahora que vas a subir?el primer libro de este? O la continuacion de esto? Esque no entiendo que es esto? Igual MUUY MUUY buenooo!
ResponderEliminarYa me enamore de la historia!<3
#Soo
@Sof_Pi
News Peter Lanzani!
RESPONDEME(;
Hola como estas? Estoy avisándo que no voy a poder entrar de seguido al blog porque me cobrando Internet del celu entonces voy a entrar dos veces por semana teneme paciencia porque no voy a poder comentar mucho porque se me va el crédito pero obvio voy a Seguis tú blog leyendo todas la noves besos Naara
ResponderEliminargracias estaba buscando este libro :)
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