jueves, 23 de enero de 2014

Touch of Frost: Capitulo 2.

02/05 
Beso.
Twitter: @AnglesCasi.
Blog: abetterworldlaliter.blogspot.com
---------------------------------------------------------------------------------------

Capitulo 2.







Sali  del cuarto de baño y entré en el pasillo. De algún lugar en lo más profundo del edificio, una campada sonó, avisándome que tenía cinco minutos para llegar a mi siguiente clase, así que caí en el flujo de estudiantes caminando hacia el ala oeste del edificio de Historia Inglesa.

Desde fuera, la Academia Mythos parecía la élite de una escuela Preparatoria de Ivy League, incluso aunque estuviera localizada en Cypress Montain, justo fuera de Asheville, arriba en lo alto del país al oeste de Carolina del Norte. Todo sobre la Academia susurraba dinero, poder, y esnobismo, desde la hiedra que cubría la piedra de los edificios, al comedor que era más como un restaurante de cinco estrellas que la cafetería de una escuela. Sí, desde fuera, la Academia parecía exactamente el tipo de lugar que la gente rica enviaría a sus malcriados confiados y financiados bebés a una preparación para que fueran a Yale, Harvard, Duke, o alguna universidad cara aceptable.

Dentro, era una historia diferente.

A primera vista, todo parecía normal, si bien un poco viciado y totalmente pasado de moda. Ya sabes, armaduras pulidas alineadas en las paredes, cada una agarrando una afilada y puntiaguda arma. Las piedras talladas y caros cuadros de Batallas Mitológicas cubriendo las paredes. Blancas estatuas de mármol de Dioses y Diosas de pie en las esquinas, sus caras giradas hacia el otro y las manos levantadas sobre sus bocas, como si estuvieran cotilleando sobre todo el que pasaba por sus posiciones.

Y entonces, estaban los estudiantes. Edades entre dieciséis a veintiuno, todos los estudiantes de primer año por encima de los dieciséis, todas las formas, tamaños, y etnias, con libros y mochilas en una mano y sus móviles en la otra, mandando mensajes, hablando, y caminando todo al mismo tiempo. Cada uno llevaba las ropas más caras que sus padres podían afrontar, incluyendo Prada, Gucci, y, por supuesto, Jimmy Choos.

Pero si podías pasar de los diseños estropeados y la electrónica llamativa, notabas otras cosas. Cosas extrañas. Como el hecho de que muchos de los estudiantes llevaban armas. Espadas, arcos, y la mayoría del personal, lo metía todo en lo que parecía como lujosas bolsas de tenis de cuero. El color coordinado para hacer juego con el uniforme diario, por supuesto.

Las armas solo eran accesorios en Mythos. Símbolos de estatus de quién eras, lo que podías hacer, y cuánto dinero tenían tus padres. Justo como las coloridas chispas y destellos de Magia que chisporroteaban en el aire como electricidad estática. Incluso el Holgazán más humilde aquí sabía cortar la cabeza de alguien con una espada o podía hacerte papilla solo por murmurar un hechizo o dos.

Era como ir a la escuela en un episodio de “Xena: La Princesa Guerrera”.

Esto es lo que todos los chicos en la Academia Mythos era —Guerreros. Guerreros Mitológicos reales y vivos—. O al menos los descendientes de sus ta-ta-lo que sean de ellos. Las chicas eran Amazonas y Valquirias, la gran parte, mientras los chicos tendían a ser Romanos o Vikingos. Pero había otros tipos de Guerreros mezclados también; Espartanos, Persas, Troyanos, Celtas, Samuráis, Ninjas, y todo entremedias, de cada antigua cultura, mito, o cuento de hada que imaginaras y muchos que no hayas oído. Cada uno con sus propias habilidades especiales de Magia, y los egos haciendo juego.

Como regla general, todos eran ricos, guapos, y peligrosos.

Todos excepto yo.

Nadie me miró y nadie me habló cuando caminé con dificultad hacia mi sexta clase historia de la mitología. Era esa “chica Gitana”, y no era rica, poderosa, popular, guapa, o lo bastante importante para registrar el radar social de alguien. Era a finales de Octubre ahora, casi dos meses en términos del otoño, y aún tenía que hacer un amigo. Ni siquiera tenía a alguien casual con el quién sentarme en el almuerzo en el comedor. Pero mi estado sin amistades no me molestaba.

No mucho, desde la muerte de mi madre hacía seis meses.

Me deslicé en mi asiento en la clase de Historia de la Mitología de la Profesora Metis justo antes de que la campana sonara otra vez, indicando que todos deberían estar donde se suponían que tendrían que estar ahora.

Nico Riera se giró en su asiento, el cual estaba delante de mí.

— ¿Lo encontraste ya? —susurró él.

Nico era un tipo alto, un metro ochenta incluso con una huesuda y larguirucha constitución. Él siempre me recordaba a un triángulo, porque era todo ángulos, desde los tobillos a sus rodillas y sus codos. Incluso su nariz era recta y puntiaguda. Su pelo y piel eran marrón oscura, y la moldura de sus gafas negras hacía que sus ojos parecieran bolas de leche malteada en su cara.

Podía ver por qué le gustaba a Euge. Nico era dulce y mono, en esa tímida y tranquila manera como muchos chicos. Pero Nico Riera no era ningún tipo de Holgazán, era un incondicional en la banda y el batería principal de la Banda en Marcha de la Academia Mythos, incluso aunque él solo tenía diecisiete años y era un estudiante de segundo año como yo. Nico era un Celta y supuestamente tenía algún tipo de talento Mágico para la música, como un Guerrero Bardo o algo. No sabía exactamente qué. La mayor parte, intentaba no notar semejantes cosas. Intentaba no notar muchas cosas en Mythos, especialmente el hecho de cuánto no pertenecía aquí.

Le entregué a Nico el brazalete embolsado, con cuidado de que mis dedos no tocaran los suyos para que no brillara en la banda de Holgazán. Porque además de sentir las emociones de Euge, también había conseguido un vistazo de las de Nico cuando había pillado el hechizo a rosas desde detrás de su escritorio ayer. No solo veía la persona que había tocado algo la última vez, podía ver a todos los que manejaron un objeto. Siempre.

Lo cual significaba que sabía a quién Nico quería realmente darle el brazalete plateado y que no era a Leta Gaston como él proclamaba.

—Como prometí —dije—. Ahora, es tu turno.

—Gracias, Lali.

Él puso un billete de cien dólares, la parte final de mi comisión, en mi escritorio. Tomé el dinero y lo deslicé en el bolsillo de mis pantalones.

Como regla general, ignoro a todos los otros estudiantes de Mythos, y ellos me ignoran a mí, al menos hasta que ellos necesitan encontrar algo. Era la misma actuación que había hecho en mi viejo Instituto público para ganar dinero extra. Por un precio justo, encontraba cosas que estaban perdidas, robadas, o aparte de eso inalcanzables. Llaves, billeteras, móviles, mascotas, sujetadores abandonados, y calzoncillos arrugados.

Había oído a una Amazona en mi clase de cálculo quejándose de que había perdido su móvil, así que me había ofrecido a encontrarlo por ella, por una pequeña comisión. Ella había pensado que estaba loca, hasta que pillé el teléfono en la parte de atrás de su taquilla. Suponiendo que ella lo había dejado en otro bolso. Después de eso, la voz había corrido por el campus sobre lo que hacía. Los negocios no estaban exactamente en auge aún, pero estaban subiendo.

Desde que mi don Gitano me deja tocar un objeto e inmediatamente sé, veo, y siento su historia, no era demasiado difícil para mí encontrar o averiguar cosas. Seguro, si algo se perdía, actualmente no podía, ya sabes, tocarlo, aparte de eso, el artículo no estaría perdido en primer lugar. Pero la gente deja sensaciones en todas partes sobre todo tipo de cosas. Lo que tienen para almorzar, qué películas quieren ver esta noche, lo que realmente piensan de sus llamados mejores amigos.

Normalmente, todo lo que tenía que hacer era pasar rozando mis dedos a través del escritorio de los chicos o hurgar a través del bolso de las chicas para conseguir una buena idea sobre dónde había dejado la última vez su billetera o dónde ellas habían dejado sus móviles. Y si inmediatamente no veía la localización exacta del artículo perdido, entonces seguía tocando cosas hasta que lo hacía, o conseguía una imagen de quién podría haberlo tomado. Como Euge Suarez arrebatando el brazalete encantado del escritorio de Nico. Algunas veces, me siento como Nancy Drew o quizás Gretel, siguiendo un rastro de migas de pan psíquico hasta que encuentro lo que estaba buscando.

Había incluso un nombre para lo que podía hacer: Psicometría. Una manera lujosa y respetable de decir que veía imágenes en mi cabeza y conseguía destellos de los sentimientos de otras personas, tanto si quería verlas como si no.

Aún así, una parte de mí disfrutaba sabiendo los secretos de otras personas, viendo todas las cosas grandes y pequeñas que tan desesperadamente intentaban esconder de todos, incluyéndose a sí mismos algunas veces. Eso me hacía sentir inteligente y fuerte y poderosa y determinada a no hacer cosas estúpidas, como dejar que un chico tome imágenes de mí en ropa interior.


Rastrear móviles no podría ser el trabajo más glamoroso en el mundo, pero era una manera mejor que echar patatas grasientas en Mickey D’s. Y seguramente estaría mucho mejor pagado aquí en Mythos que en mi viejo instituto público. De vuelta allí, tendría suerte si consiguiera veinte dólares por un brazalete perdido, en lugar de los geniales doscientos que Nico me había dado. El dinero extra era lo único que me gustaba de la estúpida Academia.

—¿Dónde estaba? —preguntó Nico—. ¿El brazalete?

Durante un momento, pensé en delatar a Euge  Y decirle a Nico su masivo aplaste sobre él. Pero desde que la Valquiria no me había querido abiertamente en el cuarto de baño, solo amenazado vagamente, decidí salvar ese trozo de información para el momento en el que realmente lo necesitara. Desde que no tenía dinero, fuerza, o un poder Mágico genial como los otros chicos en la Academia, la información era la única palanca real que tenía, y no veía razón para abastecerme.

—Oh, lo encontré detrás de tu escritorio en tu dormitorio. —El hechizo a rosas de todas maneras. Había estado metido a presión entre el escritorio y la pared.

Nico frunció el ceño.

—Pero miré allí. Sé que lo hice. Miré en todas partes.

—Creo que no miraste lo suficiente —dije en un vago tono, y saqué mi libro de Historia de la Mitología de la mochila.

Nico abrió la boca para preguntarme algo más cuando la Profesora Emilia golpeó en su pódium con el delgado cetro de plata pasado de moda que también usada como puntero. Emilia era de descendencia Griega, como muchos de los Profesores y los chicos en Mythos. Era una mujer bajita con grueso y fornido cuerpo, piel bronceada, y pelo negro que siempre llevaba en un alto y tenso moño. Llevaba un traje de pantalón verde, y gafas plateadas que cubrían su cara.

Parecía toda severa y seria, pero Emilia era una de las mejores Profesoras en Mythos. Ella al menos intentaba hacer interesante su clase de Historia de la Mitología así que algunas veces nos dejaba jugar y hacer puzzles y cosas, más que memorizar aburridos hechos.

—Abran sus libros por la página treinta y nueve —dijo la Profesora Emi, su suave mirada verde pasó de estudiante a estudiante—. Hoy, hablaremos algo más sobre el Panteón cuando sus Guerreros lucharon para defendernos  de Loki y a sus Cosechadores del Caos.

Pero hoy no iba a ser un día divertido. Giré los ojos y lo hice cuando ella preguntó.

Además de ir a la escuela con todos los chicos Guerreros Mitológicos, también tenía que aprender todas sus estúpidas historias. Y, por supuesto, había un grupo de chicos de Magia buena que se habían unido y se llamaban el Panteón cuyo único propósito era luchar contra un grupo de chicos de Magia negra llamados Cosechadores que querían… bueno, traer el Caos.

Hasta ahora, la Profesora Emilia había sido bastante vaga sobre qué era exactamente el Caos, y yo no había puesto exactamente intensa atención a todas las paparruchas de las cosas Mágicas. Pero adivinaba que estaba involucrada la muerte, la destrucción, y bla, bla, bla. Habría preferido leer los comic que había acumulado en la parte inferior de mi mochila. Al menos tenían algo basado en la realidad. Las mutaciones genéticas podrían ocurrir totalmente.

¿Pero Dioses y Diosas compitiendo? ¿Usando a chicos prodigio Guerreros para luchar alguna antigua batalla hoy en los tiempos modernos? ¿Con Monstruos Mitológicos lanzándose sólo por diversión? No estaba segura de creer todo eso. Pero todos aquí en Mythos lo hacían. Para ellos, los Mythos no eran sólo historias, ellos eran historia, incluso hechos, y todos ellos eran muy, muy reales.

Mientras la Profesora Emilia hablaba monótonamente una y otra vez sobre cuán malvados eran los Cosechadores, miré por la ventana, viendo mi reflejo en el cristal. El pelo marrón ondulado, las nociones de pecas en mi piel blanca invernal, y los ojos que tenían una curiosa sombra de morado, hacían más juego con la sudadera con capucha que llevaba.

Los ojos violetas son ojos sonrientes, decía siempre mi madre en una voz burlona. Sus ojos habían sido del mismo color que los míos, aunque yo siempre había pensado que la hacían parecer guapa y a mí solo una loca.


Un apagado dolor inundó mi corazón. No era la primera vez, deseaba poder rebobinar el tiempo y volver a como habían sido las cosas antes de que viniera a la Academia Mythos.

 Hacía seis meses, había sido una adolescente normal. Bueno, tan normal como una chica con una extraña habilidad puede ser. Pero el don Gitano corre en la familia Espósito. Mi Abuela, Cielo, podía ver el futuro. Mi madre, Majo, había sido capaz de decir si o no la gente estaba mintiendo al escuchar sus palabras. Y yo tenía la habilidad de saber, ser, y sentir cosas sólo por tocar a una persona o un objeto. Pero nuestros dones Gitanos siempre habían sido sólo eso —dones, pequeñas cosas que podíamos hacer— y no había pensado mucho en ellos, de dónde venían, o si otras personas tenían Magia como nosotros.

Hasta el día que recogí el cepillo del pelo de Paige Forrest después de gimnasia.

Habíamos estado en las taquillas cambiándonos después de jugar al baloncesto, el cual odiaba porque me succionaba totalmente. En serio, me succionaba en alto. Como si, me succionara tan desesperadamente que me las había arreglado para golpearme en la cabeza con la pelota cuando estaba intentando lanzar un tiro libre.

Después de clase, tenía calor y estaba sudada y había querido recogerme el pelo en una cola de caballo. El cepillo de Paige había estado en el banco entre nosotras. Paige no era una de mis amigas cercanas, pero estábamos en el mismo círculo semi-popular de chicas inteligentes. Algunas veces, nos colgábamos cuando nuestro grupo se reunía, así que la pregunté si podía usar su cepillo.

Paige me había mirado durante un segundo, una extraña emoción destelló en sus ojos.

—Seguro.

Lo recogí, nunca soñé que sentiría algo. A pesar de la Psicometría, normalmente no conseguía mucho de una vibración en común, cada día los objetos como los bolígrafos, los ordenadores, platos, o teléfonos. Cosas en lugares públicos que mucha gente usaba o que tenían una función simple y específica. Sólo conseguía grandes, profundos, vividos destellos en alta definición, cuando tocaba objetos de gente tenía una conexión personal, como la fotografía favorita o una apreciada pieza de joyería.

Pero tan pronto como mi mano se hubo acercado al cepillo, había visto una imagen de Paige sentada en su cama con un hombre mayor. Él le acariciaba el largo pelo negro cientos de veces, exactamente como alguien reclama que se supone lo tienes que hacer. Entonces, cuando terminó con su pelo, el hombre había desatado la bata de Paige, la hizo tumbarse en la cama, y comenzó a tocarla antes de quitarse sus pantalones.

Yo había comenzado a gritar entonces, y no paré.

Después de cinco minutos, me desmayé. Mi amiga Bethany me había dicho que seguí gritando, incluso cuando los paramédicos vinieron a llevarme al hospital. Todos pensaban que estaba teniendo un ataque epiléptico o algo.

Creo que Paige lo supo. Lo de mi don Gitano y lo que podía hacer. Dos semanas antes, ella me había pedido que encontrara su teléfono perdido. Yo había caminado alrededor de la habitación de Paige, toqué su escritorio, su mesilla de noche, su bolso, y sus estanterías, y eventualmente vi una imagen de su hermana menor agarrando el teléfono para poder fisgonear en los mensajes de textos de Paige. Algunas veces, me preguntaba si Paige había puesto su cepillo allí en el banco para que yo lo recogiera. Como haría alguien que lo supiera, como haría alguien que sintiera exactamente lo que ella estaba pasando.

Me había despertado en el hospital después de ese día. Mi madre, Majo, estaba allí, y le conté lo que había visto. Eso es lo que haces cuando algo terrible le está sucediendo a uno de tus amigos. Y el por qué mi madre era detective que había pasado su vida entera ayudando a la gente. Quería ser como ella.

Esa noche, mi madre había arrestado al padrastro de Paige por abusar de ella. Mi madre había llamado cuando ella estaba en la estación de policía y me dijo que Paige estaba a salvo ahora. Había prometido estar en casa en una hora, tan pronto como acabara el papeleo.

Nunca lo hizo.

Mi madre había sido golpeada por un conductor borracho después de dejar la estación de policía esa noche. La Abuela Espósito me había dicho que ella había muerto instantáneamente. Que nunca había visto al otro coche girar bruscamente hacia ella o que sintió el horrible dolor del golpe. Esperaba que fuera como ocurrió, porque mi madre había estado tan destrozada en el accidente que el ataúd había estado cerrado en su funeral. Lo que podía recordar de él, de todas formas.

No había vuelto a mi vieja escuela después de eso. Mis amigos habían sido súper majos por todo, especialmente Bethany, pero yo no había querido ver a nadie. No había querido hacer nada excepto tumbarme en mi cama y llorar.

Pero un día tres semanas después del funeral de mi madre, la Profesora Emilia había aparecido en la casa de la Abuela Espósito. Yo no sabía exactamente lo que Emilia le había dicho, pero la Abuela había anunciado que finalmente era el momento de que fuera a la Academia Mythos para que pudiera aprender cómo usar completamente mi don Gitano. Pensé que poder controlar mi Psicometría estaría bien, y nunca realmente comprendí lo que mi Abuela había querido decir cuando dijo finalmente, como si hubiese tenido que ir a Mythos todo el tiempo o algo.

—¿... Lali?

El sonido de mi nombre me sacó de mis recuerdos.

—¿Qué?

Emilia me miró fijamente sobre la moldura de sus gafas plateadas.

—Te he preguntado qué Diosa fue responsable de la victoria de Panteón sobre Loki y sus Cosechadores?

—Nike, la Diosa griega de la Victoria —dije automáticamente.

La Profesora Emilia frunció el ceño.
—¿Y cómo sabes eso, Gwen? No he mencionado a Nike aún. ¿Ya has leído el siguiente capítulo? Eso es muy aplicado por tu parte.

Había hecho muchas cosas la pasada noche, principalmente porque estaba cansada mentalmente y no había nada bueno en la TV. Dada mi falta de amigos en Mythos, no era como si tuviera algo más que hacer para ocupar mi tiempo aquí.

No creo que Emilia lo dijera como una burla, pero las risas por lo bajo ondularon a través de la sala por sus palabras. Mis mejillas llamearon rojas, y me hundí un poco más bajo en mi asiento. Genial. Ahora, todos pensarían que era esa idiota chica Gitana que no tenía nada mejor que hacer que estudiar. Podría ser cierto, y podría estar locamente orgullosa de mi 4.0 GPA, pero no quería que los otros chicos supieran eso.

Ocurría que no estaba lo bastante segura como para saber la respuesta a la pregunta de Emilia. No pensaba que Nike hubiera sido mencionada en el capítulo que me había leído. Pero desde que no era la cosa más extraña con la que me había encontrado en Mythos, lo descarté de mi mente.

La Profesora Emilia arponeó a alguien de las altas risitas con una mirada sucia antes de hacerle una pregunta incluso más obvia sobre los Cosechadores.

Cuando estuve segura que Emilia no iba a preguntarme otra vez, volví a mirar por la ventana y medité melancólicamente cómo había causado la muerte de mi propia madre por recoger el cepillo de la chica equivocada. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario