02/05
Beso.
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Capitulo 2.
Sali del cuarto de baño y entré en el pasillo. De
algún lugar en lo más profundo del edificio, una campada sonó, avisándome que
tenía cinco minutos para llegar a mi siguiente clase, así que caí en el flujo
de estudiantes caminando hacia el ala oeste del edificio de Historia Inglesa.
Desde fuera, la
Academia Mythos parecía la élite de una escuela Preparatoria de Ivy League,
incluso aunque estuviera localizada en Cypress Montain, justo fuera de
Asheville, arriba en lo alto del país al oeste de Carolina del Norte. Todo
sobre la Academia susurraba dinero, poder, y esnobismo, desde la hiedra que
cubría la piedra de los edificios, al comedor que era más como un restaurante
de cinco estrellas que la cafetería de una escuela. Sí, desde fuera, la
Academia parecía exactamente el tipo de lugar que la gente rica enviaría a sus
malcriados confiados y financiados bebés a una preparación para que fueran a
Yale, Harvard, Duke, o alguna universidad cara aceptable.
Dentro, era una
historia diferente.
A primera vista,
todo parecía normal, si bien un poco viciado y totalmente pasado de moda. Ya
sabes, armaduras pulidas alineadas en las paredes, cada una agarrando una
afilada y puntiaguda arma. Las piedras talladas y caros cuadros de Batallas
Mitológicas cubriendo las paredes. Blancas estatuas de mármol de Dioses y
Diosas de pie en las esquinas, sus caras giradas hacia el otro y las manos
levantadas sobre sus bocas, como si estuvieran cotilleando sobre todo el que
pasaba por sus posiciones.
Y entonces,
estaban los estudiantes. Edades entre dieciséis a veintiuno, todos los
estudiantes de primer año por encima de los dieciséis, todas las formas,
tamaños, y etnias, con libros y mochilas en una mano y sus móviles en la otra,
mandando mensajes, hablando, y caminando todo al mismo tiempo. Cada uno llevaba
las ropas más caras que sus padres podían afrontar, incluyendo Prada, Gucci, y,
por supuesto, Jimmy Choos.
Pero si podías
pasar de los diseños estropeados y la electrónica llamativa, notabas otras
cosas. Cosas extrañas. Como el hecho de que muchos de los estudiantes llevaban
armas. Espadas, arcos, y la mayoría del personal, lo metía todo en lo que
parecía como lujosas bolsas de tenis de cuero. El color coordinado para hacer
juego con el uniforme diario, por supuesto.
Las armas solo
eran accesorios en Mythos. Símbolos de estatus de quién eras, lo que podías hacer,
y cuánto dinero tenían tus padres. Justo como las coloridas chispas y destellos
de Magia que chisporroteaban en el aire como electricidad estática. Incluso el
Holgazán más humilde aquí sabía cortar la cabeza de alguien con una espada o
podía hacerte papilla solo por murmurar un hechizo o dos.
Era como ir a la
escuela en un episodio de “Xena: La
Princesa Guerrera”.
Esto es lo que
todos los chicos en la Academia Mythos era —Guerreros. Guerreros Mitológicos
reales y vivos—. O al menos los descendientes de sus ta-ta-lo que sean de
ellos. Las chicas eran Amazonas y Valquirias, la gran parte, mientras los
chicos tendían a ser Romanos o Vikingos. Pero había otros tipos de Guerreros
mezclados también; Espartanos, Persas, Troyanos, Celtas, Samuráis, Ninjas, y
todo entremedias, de cada antigua cultura, mito, o cuento de hada que
imaginaras y muchos que no hayas oído. Cada uno con sus propias habilidades
especiales de Magia, y los egos haciendo juego.
Como regla
general, todos eran ricos, guapos, y peligrosos.
Todos excepto yo.
Nadie me miró y
nadie me habló cuando caminé con dificultad hacia mi sexta clase historia de la
mitología. Era esa “chica Gitana”, y no era rica, poderosa, popular, guapa, o
lo bastante importante para registrar el radar social de alguien. Era a finales
de Octubre ahora, casi dos meses en términos del otoño, y aún tenía que hacer
un amigo. Ni siquiera tenía a alguien casual con el quién sentarme en el
almuerzo en el comedor. Pero mi estado sin amistades no me molestaba.
No mucho, desde
la muerte de mi madre hacía seis meses.
Me deslicé en mi
asiento en la clase de Historia de la Mitología de la Profesora Metis justo
antes de que la campana sonara otra vez, indicando que todos deberían estar
donde se suponían que tendrían que estar ahora.
Nico Riera se
giró en su asiento, el cual estaba delante de mí.
— ¿Lo
encontraste ya? —susurró él.
Nico era un tipo
alto, un metro ochenta incluso con una huesuda y larguirucha constitución. Él
siempre me recordaba a un triángulo, porque era todo ángulos, desde los
tobillos a sus rodillas y sus codos. Incluso su nariz era recta y puntiaguda.
Su pelo y piel eran marrón oscura, y la moldura de sus gafas negras hacía que
sus ojos parecieran bolas de leche malteada en su cara.
Podía ver por
qué le gustaba a Euge. Nico era dulce y mono, en esa tímida y tranquila manera
como muchos chicos. Pero Nico Riera no era ningún tipo de Holgazán, era un
incondicional en la banda y el batería principal de la Banda en Marcha de la
Academia Mythos, incluso aunque él solo tenía diecisiete años y era un
estudiante de segundo año como yo. Nico era un Celta y supuestamente tenía
algún tipo de talento Mágico para la música, como un Guerrero Bardo o algo. No
sabía exactamente qué. La mayor parte, intentaba no notar semejantes cosas.
Intentaba no notar muchas cosas en Mythos, especialmente el hecho de cuánto no
pertenecía aquí.
Le entregué a
Nico el brazalete embolsado, con cuidado de que mis dedos no tocaran los suyos
para que no brillara en la banda de Holgazán. Porque además de sentir las
emociones de Euge, también había conseguido un vistazo de las de Nico cuando
había pillado el hechizo a rosas desde detrás de su escritorio ayer. No solo
veía la persona que había tocado algo la última vez, podía ver a todos los que
manejaron un objeto. Siempre.
Lo cual significaba
que sabía a quién Nico quería realmente darle el brazalete plateado y que no
era a Leta Gaston como él proclamaba.
—Como prometí
—dije—. Ahora, es tu turno.
—Gracias, Lali.
Él puso un
billete de cien dólares, la parte final de mi comisión, en mi escritorio. Tomé
el dinero y lo deslicé en el bolsillo de mis pantalones.
Como regla
general, ignoro a todos los otros estudiantes de Mythos, y ellos me ignoran a
mí, al menos hasta que ellos necesitan encontrar algo. Era la misma actuación
que había hecho en mi viejo Instituto público para ganar dinero extra. Por un
precio justo, encontraba cosas que estaban perdidas, robadas, o aparte de eso
inalcanzables. Llaves, billeteras, móviles, mascotas, sujetadores abandonados,
y calzoncillos arrugados.
Había oído a una
Amazona en mi clase de cálculo quejándose de que había perdido su móvil, así
que me había ofrecido a encontrarlo por ella, por una pequeña comisión. Ella
había pensado que estaba loca, hasta que pillé el teléfono en la parte de atrás
de su taquilla. Suponiendo que ella lo había dejado en otro bolso. Después de
eso, la voz había corrido por el campus sobre lo que hacía. Los negocios no
estaban exactamente en auge aún, pero estaban subiendo.
Desde que mi don
Gitano me deja tocar un objeto e inmediatamente sé, veo, y siento su historia,
no era demasiado difícil para mí encontrar o averiguar cosas. Seguro, si algo
se perdía, actualmente no podía, ya sabes, tocarlo, aparte de eso, el artículo
no estaría perdido en primer lugar. Pero la gente deja sensaciones en todas
partes sobre todo tipo de cosas. Lo que tienen para almorzar, qué películas
quieren ver esta noche, lo que realmente piensan de sus llamados mejores
amigos.
Normalmente,
todo lo que tenía que hacer era pasar rozando mis dedos a través del escritorio
de los chicos o hurgar a través del bolso de las chicas para conseguir una
buena idea sobre dónde había dejado la última vez su billetera o dónde ellas
habían dejado sus móviles. Y si inmediatamente no veía la localización exacta
del artículo perdido, entonces seguía tocando cosas hasta que lo hacía, o
conseguía una imagen de quién podría haberlo tomado. Como Euge Suarez
arrebatando el brazalete encantado del escritorio de Nico. Algunas veces, me
siento como Nancy Drew o quizás Gretel, siguiendo un rastro de migas de pan
psíquico hasta que encuentro lo que estaba buscando.
Había incluso un
nombre para lo que podía hacer: Psicometría. Una manera lujosa y respetable de
decir que veía imágenes en mi cabeza y conseguía destellos de los sentimientos
de otras personas, tanto si quería verlas como si no.
Aún así, una
parte de mí disfrutaba sabiendo los secretos de otras personas, viendo todas
las cosas grandes y pequeñas que tan desesperadamente intentaban esconder de
todos, incluyéndose a sí mismos algunas veces. Eso me hacía sentir inteligente
y fuerte y poderosa y determinada a no hacer cosas estúpidas, como dejar que un
chico tome imágenes de mí en ropa interior.
Rastrear móviles
no podría ser el trabajo más glamoroso en el mundo, pero era una manera mejor
que echar patatas grasientas en Mickey D’s. Y seguramente estaría mucho mejor
pagado aquí en Mythos que en mi viejo instituto público. De vuelta allí,
tendría suerte si consiguiera veinte dólares por un brazalete perdido, en lugar
de los geniales doscientos que Nico me había dado. El dinero extra era lo único
que me gustaba de la estúpida Academia.
—¿Dónde estaba?
—preguntó Nico—. ¿El brazalete?
Durante un momento,
pensé en delatar a Euge Y decirle a Nico
su masivo aplaste sobre él. Pero desde que la Valquiria no me había querido
abiertamente en el cuarto de baño, solo amenazado vagamente, decidí salvar ese
trozo de información para el momento en el que realmente lo necesitara. Desde
que no tenía dinero, fuerza, o un poder Mágico genial como los otros chicos en
la Academia, la información era la única palanca real que tenía, y no veía
razón para abastecerme.
—Oh, lo encontré
detrás de tu escritorio en tu dormitorio. —El hechizo a rosas de todas maneras.
Había estado metido a presión entre el escritorio y la pared.
Nico frunció el
ceño.
—Pero miré allí.
Sé que lo hice. Miré en todas partes.
—Creo que no
miraste lo suficiente —dije en un vago tono, y saqué mi libro de Historia de la
Mitología de la mochila.
Nico abrió la
boca para preguntarme algo más cuando la Profesora Emilia golpeó en su pódium
con el delgado cetro de plata pasado de moda que también usada como puntero.
Emilia era de descendencia Griega, como muchos de los Profesores y los chicos
en Mythos. Era una mujer bajita con grueso y fornido cuerpo, piel bronceada, y
pelo negro que siempre llevaba en un alto y tenso moño. Llevaba un traje de
pantalón verde, y gafas plateadas que cubrían su cara.
Parecía toda
severa y seria, pero Emilia era una de las mejores Profesoras en Mythos. Ella
al menos intentaba hacer interesante su clase de Historia de la Mitología así
que algunas veces nos dejaba jugar y hacer puzzles y cosas, más que memorizar
aburridos hechos.
—Abran sus libros
por la página treinta y nueve —dijo la Profesora Emi, su suave mirada verde
pasó de estudiante a estudiante—. Hoy, hablaremos algo más sobre el Panteón
cuando sus Guerreros lucharon para defendernos
de Loki y a sus Cosechadores del Caos.
Pero hoy no iba
a ser un día divertido. Giré los ojos y lo hice cuando ella preguntó.
Además de ir a
la escuela con todos los chicos Guerreros Mitológicos, también tenía que
aprender todas sus estúpidas historias. Y, por supuesto, había un grupo de
chicos de Magia buena que se habían unido y se llamaban el Panteón cuyo único
propósito era luchar contra un grupo de chicos de Magia negra llamados
Cosechadores que querían… bueno, traer el Caos.
Hasta ahora, la
Profesora Emilia había sido bastante vaga sobre qué era exactamente el Caos, y
yo no había puesto exactamente intensa atención a todas las paparruchas de las
cosas Mágicas. Pero adivinaba que estaba involucrada la muerte, la destrucción,
y bla, bla, bla. Habría preferido leer los comic que había acumulado en la parte
inferior de mi mochila. Al menos tenían algo basado en la realidad. Las
mutaciones genéticas podrían ocurrir totalmente.
¿Pero Dioses y
Diosas compitiendo? ¿Usando a chicos prodigio Guerreros para luchar alguna
antigua batalla hoy en los tiempos modernos? ¿Con Monstruos Mitológicos
lanzándose sólo por diversión? No estaba segura de creer todo eso. Pero todos
aquí en Mythos lo hacían. Para ellos, los Mythos no eran sólo historias, ellos
eran historia, incluso hechos, y todos ellos eran muy, muy reales.
Mientras la
Profesora Emilia hablaba monótonamente una y otra vez sobre cuán malvados eran
los Cosechadores, miré por la ventana, viendo mi reflejo en el cristal. El pelo
marrón ondulado, las nociones de pecas en mi piel blanca invernal, y los ojos
que tenían una curiosa sombra de morado, hacían más juego con la sudadera con
capucha que llevaba.
Los ojos violetas son ojos sonrientes, decía siempre mi madre en una voz
burlona. Sus ojos habían sido del mismo color que los míos, aunque yo siempre
había pensado que la hacían parecer guapa y a mí solo una loca.
Un apagado dolor
inundó mi corazón. No era la primera vez, deseaba poder rebobinar el tiempo y
volver a como habían sido las cosas antes de que viniera a la Academia Mythos.
Hacía seis meses, había sido una adolescente
normal. Bueno, tan normal como una chica con una extraña habilidad puede ser.
Pero el don Gitano corre en la familia Espósito. Mi Abuela, Cielo, podía ver el
futuro. Mi madre, Majo, había sido capaz de decir si o no la gente estaba
mintiendo al escuchar sus palabras. Y yo tenía la habilidad de saber, ser, y
sentir cosas sólo por tocar a una persona o un objeto. Pero nuestros dones
Gitanos siempre habían sido sólo eso —dones, pequeñas cosas que podíamos hacer—
y no había pensado mucho en ellos, de dónde venían, o si otras personas tenían
Magia como nosotros.
Hasta el día que
recogí el cepillo del pelo de Paige Forrest después de gimnasia.
Habíamos estado
en las taquillas cambiándonos después de jugar al baloncesto, el cual odiaba
porque me succionaba totalmente. En serio, me succionaba en alto. Como si, me
succionara tan desesperadamente que me las había arreglado para golpearme en la
cabeza con la pelota cuando estaba intentando lanzar un tiro libre.
Después de
clase, tenía calor y estaba sudada y había querido recogerme el pelo en una
cola de caballo. El cepillo de Paige había estado en el banco entre nosotras.
Paige no era una de mis amigas cercanas, pero estábamos en el mismo círculo
semi-popular de chicas inteligentes. Algunas veces, nos colgábamos cuando
nuestro grupo se reunía, así que la pregunté si podía usar su cepillo.
Paige me había
mirado durante un segundo, una extraña emoción destelló en sus ojos.
—Seguro.
Lo recogí, nunca
soñé que sentiría algo. A pesar de la Psicometría, normalmente no conseguía
mucho de una vibración en común, cada día los objetos como los bolígrafos, los
ordenadores, platos, o teléfonos. Cosas en lugares públicos que mucha gente
usaba o que tenían una función simple y específica. Sólo conseguía grandes,
profundos, vividos destellos en alta definición, cuando tocaba objetos de gente
tenía una conexión personal, como la fotografía favorita o una apreciada pieza
de joyería.
Pero tan pronto
como mi mano se hubo acercado al cepillo, había visto una imagen de Paige
sentada en su cama con un hombre mayor. Él le acariciaba el largo pelo negro
cientos de veces, exactamente como alguien reclama que se supone lo tienes que
hacer. Entonces, cuando terminó con su pelo, el hombre había desatado la bata de
Paige, la hizo tumbarse en la cama, y comenzó a tocarla antes de quitarse sus
pantalones.
Yo había
comenzado a gritar entonces, y no paré.
Después de cinco
minutos, me desmayé. Mi amiga Bethany me había dicho que seguí gritando,
incluso cuando los paramédicos vinieron a llevarme al hospital. Todos pensaban
que estaba teniendo un ataque epiléptico o algo.
Creo que Paige
lo supo. Lo de mi don Gitano y lo que podía hacer. Dos semanas antes, ella me
había pedido que encontrara su teléfono perdido. Yo había caminado alrededor de
la habitación de Paige, toqué su escritorio, su mesilla de noche, su bolso, y
sus estanterías, y eventualmente vi una imagen de su hermana menor agarrando el
teléfono para poder fisgonear en los mensajes de textos de Paige. Algunas
veces, me preguntaba si Paige había puesto su cepillo allí en el banco para que
yo lo recogiera. Como haría alguien que lo supiera, como haría alguien que
sintiera exactamente lo que ella estaba pasando.
Me había
despertado en el hospital después de ese día. Mi madre, Majo, estaba allí, y le
conté lo que había visto. Eso es lo que haces cuando algo terrible le está
sucediendo a uno de tus amigos. Y el por qué mi madre era detective que había
pasado su vida entera ayudando a la gente. Quería ser como ella.
Esa noche, mi
madre había arrestado al padrastro de Paige por abusar de ella. Mi madre había
llamado cuando ella estaba en la estación de policía y me dijo que Paige estaba
a salvo ahora. Había prometido estar en casa en una hora, tan pronto como acabara
el papeleo.
Nunca lo hizo.
Mi madre había
sido golpeada por un conductor borracho después de dejar la estación de policía
esa noche. La Abuela Espósito me había dicho que ella había muerto
instantáneamente. Que nunca había visto al otro coche girar bruscamente hacia
ella o que sintió el horrible dolor del golpe. Esperaba que fuera como ocurrió,
porque mi madre había estado tan destrozada en el accidente que el ataúd había
estado cerrado en su funeral. Lo que podía recordar de él, de todas formas.
No había vuelto
a mi vieja escuela después de eso. Mis amigos habían sido súper majos por todo,
especialmente Bethany, pero yo no había querido ver a nadie. No había querido
hacer nada excepto tumbarme en mi cama y llorar.
Pero un día tres
semanas después del funeral de mi madre, la Profesora Emilia había aparecido en
la casa de la Abuela Espósito. Yo no sabía exactamente lo que Emilia le había
dicho, pero la Abuela había anunciado que finalmente era el momento de que
fuera a la Academia Mythos para que pudiera aprender cómo usar completamente mi
don Gitano. Pensé que poder controlar mi Psicometría estaría bien, y nunca
realmente comprendí lo que mi Abuela había querido decir cuando dijo
finalmente, como si hubiese tenido que ir a Mythos todo el tiempo o algo.
—¿... Lali?
El sonido de mi
nombre me sacó de mis recuerdos.
—¿Qué?
Emilia me miró
fijamente sobre la moldura de sus gafas plateadas.
—Te he
preguntado qué Diosa fue responsable de la victoria de Panteón sobre Loki y sus
Cosechadores?
—Nike, la Diosa
griega de la Victoria —dije automáticamente.
La Profesora
Emilia frunció el ceño.
—¿Y cómo sabes
eso, Gwen? No he mencionado a Nike aún. ¿Ya has leído el siguiente capítulo?
Eso es muy aplicado por tu parte.
Había hecho
muchas cosas la pasada noche, principalmente porque estaba cansada mentalmente
y no había nada bueno en la TV. Dada mi falta de amigos en Mythos, no era como
si tuviera algo más que hacer para ocupar mi tiempo aquí.
No creo que
Emilia lo dijera como una burla, pero las risas por lo bajo ondularon a través
de la sala por sus palabras. Mis mejillas llamearon rojas, y me hundí un poco
más bajo en mi asiento. Genial. Ahora, todos pensarían que era esa idiota chica
Gitana que no tenía nada mejor que hacer que estudiar. Podría ser cierto, y
podría estar locamente orgullosa de mi 4.0 GPA, pero no quería que los otros
chicos supieran eso.
Ocurría que no
estaba lo bastante segura como para saber la respuesta a la pregunta de Emilia.
No pensaba que Nike hubiera sido mencionada en el capítulo que me había leído.
Pero desde que no era la cosa más extraña con la que me había encontrado en
Mythos, lo descarté de mi mente.
La Profesora
Emilia arponeó a alguien de las altas risitas con una mirada sucia antes de
hacerle una pregunta incluso más obvia sobre los Cosechadores.
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