04/05
Beso.
Twitter: @AnglesCasi.
Blog: abetterworldlaliter.blogspot.com.
--------------------------------------------------------------------------------------
Capitulo 4.
En el momento en
que monté el autobús de vuelta a Cypres Mountain, evité mirar a las silenciosas
y contemplativas Esfinges, me deslicé por la puerta de hierro, y me dirigí a la
biblioteca, eran casi las seis y el crepúsculo había comenzado a caer en el
campus. Tonos suaves de púrpura y gris rayaban el cielo, así como sombras
negras se deslizaban por los costados de los edificios, pareciendo sangre
deslizándose por la piedra. Negué con la cabeza para desterrar la idea extraña
y seguí caminando.
La Biblioteca de
Antigüedades era la estructura más grande en la Academia Mythos y se asentaba
en la parte superior del grupo de los cinco edificios principales que formaban
los puntos imprecisos de la estrella. Supuestamente, la biblioteca sólo tenía
siete pisos de altura, pero siempre me pareció como que sus torres seguían llegando
arriba y arriba y arriba, hasta que finalmente atravesaban el cielo con sus
puntas afiladas, como espadas.
Pero lo que
hacía súper escalofriante a la biblioteca eran las estatuas de piedra que la
cubrían. Grifos, Gárgolas, Dragones, incluso algo que se parecía a un Minotauro
gigante. Las figuras estaban en todas partes que tú miraras, desde los anchos y
planos escalones que llevaban a la puerta de entrada, a la terraza almenada en
el cuarto piso a las esquinas del techo inclinado. Y todas eran tan detalladas
y realistas, que parecía como si en realidad ellas hubieran sido verdaderas en
un tiempo; Monstruos reales merodeando por todo el edificio hasta que algo o
alguien las había congelado en el lugar.
Miré a los
Grifos encaramados a ambos lados de los escalones de piedra gris. Las estatuas
se cernían sobre mí, y los dos Grifos se sentaban atentos, la cabeza del águila
en alto, sus alas plegadas detrás de ellos, y sus gruesas colas de leones
enroscadas alrededor de las garras curvas y afiladas en sus patas delanteras.
Tal vez era mi
don Gitano, mi Psicometría, pero siempre sentía como que los dos Grifos me
estaban mirando, siguiendo mis movimientos con sus ojos sin párpados.
Que todo lo que
tenía que hacer era tocarlos y ellos volverían a la vida, brotando de la
piedra, y destrozándome. Era la misma sensación que tenía cuando me tocaba
caminar bajo las Esfinges en la puerta principal y todas las otras estatuas en
el campus. Me estremecí de nuevo, metí las manos en los bolsillos de mi sudadera
con capucha, me apresuré a subir las escaleras, y me dirigí hacia el interior
de la biblioteca.
Caminé por un
pasillo y a un par de puertas dobles abiertas que conducían al espacio
principal. Como todo lo demás en Mythos, la Biblioteca de Antigüedades era
vieja, congestionada, y pretenciosa. Pero aún tenía que admitir que era algo
digno de verse.
La parte
principal de la biblioteca tenía la forma de una enorme cúpula y el techo curvo
estaba cortado todo el camino hasta la cima. Supuestamente, los frescos
adornaban el arco superior de la cúpula, las pinturas de batallas Mitológicas
acentuadas con oro, plata y joyas brillantes. Pero nunca había sido capaz de
vislumbrar ninguno de ellos a través de la oscuridad perpetua que envolvía los
niveles superiores.
Por lo que podía
ver eran todos los Dioses y Diosas. Ellos rodeaban el segundo piso de la
biblioteca como centinelas vigilando a los alumnos estudiando debajo. Las
estatuas paradas en el borde del balcón curvo, separadas por esbeltas columnas
estriadas. Había Dioses Griegos como Nike, Atenea y Zeus. Dioses Nórdicos como
Odín y Thor. Deidades nativas americanas como el Coyote Tramposo y el Conejo.
De nueve metros de altura y talladas de mármol blanco. Si tú subías las
escaleras al segundo piso, podías caminar en un círculo junto a todos ellos,
algo que nunca había querido hacer. Al igual que los Grifos afuera, las
estatuas parecían un poco demasiado realistas para mí.
Mis ojos vagaban
sobre los Dioses y Diosas, mirándolos de uno en uno, hasta que llegué al único
lugar vacío en el Panteón circular, el lugar donde Loki debería estar de pie.
No había ninguna estatua de Loki en la biblioteca o en cualquier otro lugar en
Mythos. Imaginé que tenía algo que ver con lo de ser tan malo y tratando de
destruir al mundo con sus Cosechadores del Caos. No es exactamente la clase de
Dios para el que tú querías construir un santuario.
Quité los ojos
de la zona vacía y seguí caminando.
Las estanterías
alineadas a ambos lados del pasillo principal antes de que éste se abriera
hacia una zona llena de largas mesas. Un carro independiente a la derecha
vendía café, bebidas energéticas, panecillos y otros aperitivos para que los
estudiantes no tuvieran que salir de la biblioteca a buscar algo de comer
mientras estaban estudiando. El rico olor del café tostado llenaba el aire,
dominando el olor seco y húmedo de los miles de libros.
No dejé de
caminar hasta que llegué al largo mostrador de registro que estaba en el centro
de la biblioteca. Varias oficinas encristaladas yacían detrás del mostrador,
separando una mitad de la sala abovedada de la otra. Di un paso por detrás del
mostrador, me dejé caer en el taburete al lado del ordenador de registro, y
colgué el bolso de mi hombro. Ni siquiera tuve tiempo para sacar mi libro de Historia
de la Mitología y empezar mi informe, antes de que una puerta en la pared de
cristal detrás de mí chirriara abriéndose y Nicolas saliera.
Nicolas era el
jefe en la Biblioteca de Antigüedades. Un hombre alto y delgado con el pelo
negro, penetrantes ojos azules, y dedos largos y pálidos. Él no era tan viejo,
quizá cuarenta años o así, pero era un enorme dolor en mi culo. Nicolas amaba
la biblioteca y todos los libros en el interior, los amaba con una pasión que
rayaba en un escalofriante asesino en serie. Pero lo que verdaderamente no le
importaba eran todos los estudiantes que irrumpían a través de su pequeño reino
diariamente, especialmente yo. Por alguna razón, al bibliotecario le disgustaba
verme, y su actitud no había mejorado durante los dos meses que había estado
trabajando aquí.
—Bueno —resopló
Nicolas, cruzando los brazos sobre su pecho—. Ya es hora de que llegaras,
Mariana.
Rodé mis ojos.
El tenso bibliotecario era el único que me llamaba por mi nombre completo, algo
que le había pedido que no hiciera, con cero éxito hasta ahora. Creo que lo
hacía sólo para molestarme.
—Llegas diez
minutos tarde para tu turno… de nuevo —dijo Nicolas—. Es la tercera vez que ha
pasado en las últimas dos semanas. ¿Dónde estabas?
Yo no le podía
decir exactamente que había salido de los terrenos de la Academia para ir a ver
a la Abuela Espósito, ya que, tú sabes, los estudiantes no se supone que salgan
del campus durante la semana. Era una de las “Principales Reglas”, después de
todo. Yo no quería meter a la Abuela en problemas, o peor, no ser capaz de ir a
verla nunca más. Ya había aprendido que era mejor esquivar a Nicolas y a las
otras Potencias en Mythos que enfrentarlos directo. Así que simplemente me
encogí de hombros.
—Lo siento
—dije—. Estaba ocupada haciendo cosas.
Los ojos azules
de Nicolas se estrecharon ante mi vaga y simple respuesta, y sus labios se
apretaron en una línea fina.
—Bueno, déjame
decirte sobre la pieza más nueva que saqué del almacén esta mañana. Varias
clases han sido asignadas para estudiarla este semestre, así que estoy seguro
que recibirás un montón de preguntas al respecto.
La biblioteca
estaba llena de Urnas de vidrio llenas con piezas empolvadas de chatarra que
supuestamente había pertenecido a algún Dios, Diosa, Héroe Mitológico, o
incluso Monstruo. No podías caminar por los pasillos sin tropezar con ellas.
Cada dos semanas, Nicolas sacaba algo más de almacenamiento y lo ponía en
exhibición. Parte de mi trabajo era conocer lo suficiente sobre lo que fuera
para ayudar a los otros chicos a encontrar libros de referencia y más
información sobre el mismo.
Suspiré.
—¿Qué es esta
vez?
Nicolas dobló un
dedo, indicándome que lo siguiera. Caminamos a la izquierda pasando varias
mesas llenas de estudiantes. Una Urna de cristal grande estaba colocada en un
espacio abierto en el centro del piso de la biblioteca. Descansando en el
interior había un sencillo Cuenco que parecía que estaba hecho de barro color
marrón-grisáceo. Aburrido. Al menos algunas de las espadas parecían geniales.
¿Esto? Un aburrimiento total.
—¿Sabes qué es
esto? —dijo Nicolas en voz baja, sus ojos brillantes.
Me encogí de
hombros.
—Para mi se
parece a un Cuenco.
La cara de
Nicolas se arrugó, y murmuró algo entre dientes. Probablemente maldiciendo mi
falta de entusiasmo de nuevo.
—No es cualquier
Cuenco, Mariana. Este es el Cuenco de Lágrimas.
Él me miró como
si yo debería haber sabido lo que era. Me encogí de hombros otra vez.
—El Cuenco de
Lágrimas es lo que la Diosa Nórdica Sigyn utilizaba para recolectar el veneno
de la serpiente que goteaba sobre su marido, Loki, la primera vez que fue
encarcelado por los otros Dioses, mucho antes de la Guerra del Caos. Cada vez
que Sigyn vaciaba el Cuenco, el veneno caía sobre la cara de Loki y lo quemaba,
haciéndolo gritar. Sus gritos de dolor eran tan grandes que la tierra tembló
por millas a su alrededor. Es por eso que fue llamado el Cuenco de Lágrimas. Es
un Artefacto muy importante, uno de los Trece Artefactos por el que el Panteón
y los Cosechadores pelearon durante la última gran batalla de la Guerra del
Caos...
Fue todo bla,
bla, bla, y mis ojos inmediatamente se pusieron vidriosos. Más estúpidas Diosas
y Dioses. No sé cómo Nicolas los tenía a todos en claro. Estaba pasando un
momento bastante duro tratando de escoger uno para mi informe para la Profesora
Emilia de la clase de Historia de la Mitología.
Finalmente,
luego de unos cinco largos, largos minutos de soltar incesantes hechos, Nicolas
se relajó. Un Profesor que había estado en una mesa cercana se acercó y le hizo
una pregunta, y el bibliotecario se fue a responderle al otro hombre. Sacudí la
cabeza, tratando de desvanecer la somnolencia que sentía, y volví a mi lugar
detrás del mostrador.
Por las
siguientes tres horas verifiqué libros, respondí a preguntas, e hice otras
tareas serviles. La biblioteca era el único lugar donde los otros estudiantes
de Mythos estaban obligados a notarme y hablarme, si sólo así podían conseguir
hacer sus deberes.
Ya que se
suponía que los estudiantes no estuvieran fuera del campus durante la semana,
la biblioteca también era un lugar para “Pasar el Tiempo” y “Ser Visto”, y a
mucho de los chicos les gustaba escaparse y engancharse entre los estantes.
Había encontrado más de un condón usado cuando acomodaba los libros. Puaj. Hacerlo contra un estante lleno
de libros mohosos no era exactamente la manera en que quería perder mi
virginidad, pero era la moda en Mythos. Este mes, al menos.
Jasmine Ashton,
Morgan McDougall, y Euge Suarez estaban entre aquellas que entraron en la
biblioteca durante mi turno. Las tres Valquirias agarraron unos mochas fríos y
mufins de frambuesas, entonces se dejaron caer en la mesa más cercana al
carrito de café para que todo el mundo llegara y las viera. Samson Sorensen
estaba entre ellos, también, aunque parecía estar más interesado en la revista
de deportes que estaba hojeando que en otra cosa.
Luego de unos
cuantos minutos, Jasmine se marchó para circular entre la multitud y hablar a
otros chicos populares que habían venido a la biblioteca esta noche. Morgan y
Samson juntaron sus cabezas y empezaron a hablar, pero evidentemente Euge había
venido aquí a estudiar, porque se acomodó en la mesa un poco lejos de los
otros.
Euge me vio
sentada detrás del mostrador de recepción. La Valquiria me dio una mirada
desagradable, arrastró su portátil fuera de su bolsa, y lo abrió y empezó a
tipear. Resistí la urgencia de sacarle la lengua. No era mi culpa que Euge
tuviera un monstruoso enamoramiento por un Holgazán y que sus amigas malintencionadas
se burlarían si alguna vez ella les contaba que él le gustaba, mucho menos que
trató de salir con él.
Finalmente,
alrededor de las nueve, la biblioteca se vació cuando los chicos empacaron sus
libros y se dirigieron a sus dormitorios para pasar la noche y a las diez en punto
el toque de queda. Nicolas dijo que pasara por el edificio de
Ciencias-Matemáticas y dejara un recado antes de que la biblioteca cerrara. En
vez de dejar adelantarme y marcharme, el bibliotecario empujó un carrito lleno
de libros en mi dirección y me dijo que los archivara para cuando él se fuera.
Como dije, era un gigante dolor en mi culo.
Pero no había
nada que pudiera hacer. Si me iba sin poner los libros, estarían esperándome la
próxima vez que tuviera que trabajar. Nicolas era una especie de idiota de esa
manera. Así que empujé el carrito entre los estantes, agarré los libros, y
empecé a devolverlos a donde pertenecían. Casi todos los títulos eran viejas
referencias que habían sido entregadas por cientos y cientos de estudiantes en
el transcurso de los años, así que no conseguí gran vibra o flashes al
tocarlos. Solo un sentido general de chicos hojeando páginas y cazando cualquier
información oculta que necesitaban para terminar sus últimos ensayos.
Supongo que pude
haber usado guantes para cortar cualquier flash por completo, tanto de aquí en
la biblioteca como en cualquier otro lugar. Ya sabes, la antigua seda blanca
que se pegaba a todo lo largo hasta los codos de las chicas. Pero eso
definitivamente me habría marcado como un fenómeno en Mythos; la chica del don
Gitano con el fetiche de guante. Podría no encajar en la Academia, pero no
quería anunciar cuán diferente era tampoco.
Mantuve mis ojos
y oídos abiertos por cualquier estudiante que pudiera no haber terminado de
practicar sexo rápido nocturno entre los estantes. La semana pasada, había dado
la vuelta a una esquina y había visto a dos chicos de mi clase de Literatura
Inglesa dándole como conejos.
Pero no escuché
nada ni vi a nadie mientras recorría la biblioteca y deslizaba los libros en
sus lugares apropiados. Todo habría salido más rápido si el carro que estaba
usando no hubiera sido viejo y destartalado, con una rueda perdida que empujaba
a la derecha. Cada vez que intentaba doblar una esquina con el estúpido carro,
inevitablemente se deslizaba hacia cualquier Urna de vidrio que resultaba estar
muy cerca.
Había cientos de
ellas en la biblioteca, iguales a la que Nicolas me había arrastrado más
temprano. Urnas brillantes que contenían todo tipo de cosas. Una daga que había
pertenecido a Alejandro Magno. Un collar que la Reina Guerrera Boudicca había
usado. Un peine enjoyado que Marco Antonio le había dado a Cleopatra para
mostrar su eterno amor por ella antes de que ambos decidieran patearlo.
Algunos de los
objetos eran fantásticos, y me habría gustado darles un vistazo rápido a la
placa de plata en el frente o a la tarjeta ID del interior para ver exactamente
qué eran. En realidad nunca habría intentado abrir alguna de las Urnas, ya que
todas tenían una especie de Magia Mumbo Jumbo adheridas a ellas para prevenir
que las personas robaran las cosas de adentro. Pero siempre me preguntaba
cuánto valdrían las cosas del interior en eBay, si eran reales. Probablemente
bastante para tentar incluso a Jasmine Ashton, la chica más rica en Mythos,
caminando con ellos e su bolso de diseñador.
Diez minutos
después, metí el último libro, agarré el carrito, y traté de dirigirlo hacia el
mostrador de recepción. Pero, por supuesto, el artilugio de metal tenía vida
propia y fue zumbando hacia otra Urna. Conseguí detener el carro justo antes de
que chocara el cristal.
—Estúpida rueda
—murmuré.
Caminé alrededor
del carrito y estaba tratando de empujarlo de regreso hacia el otro lado cuando
un parpadeo plateado llamó mi atención. Curiosa, bajé la vista hacia la Urna
que estaba al lado.
Una espada yacía
en ella, una de las cientos que había en la biblioteca. Mis ojos pasaron sobre
el vidrio, buscando la placa que me diría qué era y qué la había hecho tan
malditamente especial. Pero no había placa sobre la Urna. Ni placa plateada en
el exterior, ni tarjetita en el interior, nada. Raro. Cada una de las otras
Urnas que había visto tenían alguna especie de ID encima o en el interior.
Quizá Nickamedes se había olvidado de esta, desde su camino de regreso entre
las vitrinas en la tierra olvidada.
Debería haber
empujado el carro hacia el pasillo, volver al mostrador de recepción, y empacar
mi bolsa de mensajero para poder irme al segundo en que Nickamedes regresara.
Pero por alguna razón, me encontré deteniéndome y bajando la vista a la espada
una vez más.
Era una espada
bastante simple, una larga hoja hecha de un metal gris plateado con una
empuñadura que era solo un poco más grande que mi mano. Un arma pequeña,
comparada con algunas de las enormes palancas que había visto en la biblioteca.
Sin embargo,
algo en la forma de la espada parecía… familiar. Como si la hubiera visto
antes. Quizás había visto una ilustración de ella en mi libro de Historia de la
Mitología. Quizás algún chico malo la había usado en la Guerra del Caos, si
alguna vez había realmente ocurrido. Resoplé. Probablemente no.
Incliné la
cabeza a un costado, tratando de descubrir por qué la espada me resultaba tan
interesante. Y me di cuenta que la empuñadura casi parecía como… un rostro.
Como si la mitad de un rostro de hombre hubiera sido de alguna manera
incrustado en el metal. Había una insinuación de una boca, el surco de una
nariz, la curva de una oreja, incluso un bulto redondo que parecía un ojo. Extraño.
Pero no era feo. Estaba casi… vivo.
Había algunas
palabras sobre eso, también. Podía verlas destellando en la hoja justo encima
de la empuñadura, como si hubieran sido talladas en el metal. Entrecerré los
ojos, pero no pude mirar lo que eran. V-i-c… Vic algo, pensé, apoyándome más
cerca para dejar la huella de la nariz sobre el vidrio liso…
¡CRASH!
Asustada por el
ruido repentino, salté hacia atrás y me presioné contra la estantería. Lo ojos
bien abiertos, con el corazón en la garganta, la sangre latiendo en mis oídos.
¿Qué demonios fue eso?
No me
consideraba una gata miedosa, y ciertamente no era una de esas chicas cobardes…
chicas que le temían a su propia sombra. Pero mamá había sido una detective de
la policía. Me había contado muchas historias de terror sobre personas siendo
asaltadas y peor. Y la Biblioteca de Antigüedades no era exactamente tan cálida
como un parque un día de verano. Nada lo era en la Academia Mitos.
Y amigables como
un parque en un día de verano, nada lo era en Mythos.
Ahora que lo
pensaba no había escuchado nada mientras acomodaba los libros, ningún sonido,
ni los susurros de la ropa, nada que indicara que había alguien más en la
biblioteca además de mí.
Algo frío y duro
se incrustó en la palma de mi mano, miré hacia abajo y me di cuenta que había
envuelto la mano en la Urna de cristal, mis dedos alrededor del broche de
metal, a un segundo de abrirla y tomar el arma que se encontraba dentro.
Pero la cosa
verdaderamente extraña era que la espada me observaba.
La cubierta de
la empuñadura se había deslizado, revelando un ojo pálido que me miraba fría y
constantemente. Era un color raro, también, no muy púrpura pero tampoco gris.
Entonces mi
cerebro entró en acción, y me recordó que todo esto era muy, muy raro. Grité y
me alejé del vidrio, mi hombro golpeó con uno de los estantes de libros, y me
quejé cuando la esquina golpeó mi cuerpo.
Pero el pequeño
dolor sirvió algo para disminuir mi pánico.
En el fondo
sabía que mi imaginación estaba jugándome trucos, las espadas no tenían ojos,
no incluso en un lugar tan loco como la Academia Mythos. Y ciertamente no se
quedaban viendo a la gente, especialmente a alguien como yo, la no importante
chica Gitana que ve cosas.
¿Y el ruido?
Esos eran probablemente algunos libros que algún niño había apilado
torcidamente en un estante, finalmente cayendo. Probablemente apropósito para
asustar a quien estuviese en la biblioteca tan tarde, ya había pasado antes,
usualmente a mí.
Me quedé allí de
pie un momento más para calmar mis latidos acelerados, luego me alejé de los
estantes pensé en agarrar el carrito y forzarlo de vuelta al escritorio
principal de la biblioteca con todo y rueda suelta, pero tenía que mirar
primero a la espada. Tenía que convencerme que no me estaba volviendo loca. Que
yo en realidad no estaba empezando a creer todas esas cosas que la Profesora
Emilia seguía diciéndonos en clase de Historia Antigua sobre Dioses malvados,
Guerreros antiguos y Caos y el fin del mundo y Blah, blah, blah.
Así que di una
rápida mirada por encima de mi hombro, el bulto que había creído era un ojo, no
era más que un golpe en la empuñadura, completamente cubierto, completamente
plateado, completamente normal.
Nada más.
Ciertamente no me estaba mirando.
Suspiré
aliviada, de acuerdo Lali no estaba
perdiendo la cabeza aún. Bueno saberlo.
Agarré el
carrito y lo empujé hacia el mostrador, al diablo con Nicolas y su maldita
actitud.
Extrañas espadas
y ruidos raros eran suficientes para mí. Me iba. Ahora.
Me alejé de las
pilas de libros y me dirigí a la salida del pasillo, estaba a medio camino del
mostrador cuando me di que algo se movía en la esquina de mi ojo. Miré hacia mi
derecha.
Y es ahí cuando
la vi.
Jasmine Ashton.
La rubia
Valquiria yacía de espaldas enfrente de esa Urna que Nicolas me había mostrado
más temprano esa noche, que se supone tenía el Cuenco de Lagrimas de Loki.
Excepto que todo
el vidrio de la Urna se había roto y no había ningún Cuenco dentro.
Y alguien o algo
habían cortado la garganta de Jasmine de oreja a oreja.
Me congelé no
segura de qué estaba pasando. Parpadeé unas cuantas veces, pero la escena no
cambió, Urna rota, Cuenco robado, una chica con una gran, sangrienta línea a
través de su pálida garganta.
Me quedé allí
por un momento, sorprendida y estupefacta, antes de que mi cerebro despertara y
comenzara a trabajar. Empujé el carrito fuera del camino y corrí hacia Jasmine,
mi pie se deslizaba debajo de mí, puse mi mano en el piso para estabilizarme,
algo frío, húmedo y pegajoso cubrió mis dedos. Haciéndome estremecer, levanté
mi mano y la encontré cubierta de sangre, la sangre de Jasmine.
Estaba en todas
partes, debajo de la Urna destrozada, a su lado, salpicando las mesas de
madera, charcos de sangre de la valquiria cubrían el piso como agua roja que no
había sido limpiada.
—Oh, mierda.
Estaba casi
hiperventilando, así que respiré profundamente de la forma en que mi madre
siempre me dijo que hiciera cada vez que sentía pánico.
Siempre que
estaba en una muy mala, mala situación. Después de varios segundos me sentí
mejor, al menos lo suficientemente bien para hacerme camino a través de la
piscina de sangre hacia donde estaba recostada Jasmine.
Su cabello rubio
fresa, sus ojos azules, su hermoso rostro, ropa de diseñador. La Valquiria se
miraba de la misma forma que siempre lo hizo, a excepción de la cortada en su
garganta y el cuchillo a su lado. Una larga daga curvada con un enorme rubí en
la empuñadura las luces hacían que la gema brillara como un ojo rojo mirándome.
Por alguna razón la daga era lo único que no estaba cubierto con sangre.
Bizarro.
Me agaché junto
a Jasmine, tratando de no ver la horrible herida en su garganta, no podía saber
si seguía respirando o no y sólo había una forma de saberlo.
Tenía que
tocarla.
Y de verdad, de
verdad no quería hacerlo.
Aunque me
gustara mucho saber los secretos de la gente, sabía que mi don Gitano entraría
tan pronto como tocara la piel de la Valquiria. Entonces vería, sentiría,
experimentaría exactamente lo que Jasmine había sentido cuando su garganta fue
cortada. Sería horrible, justo tan horrible como ver las cosas horribles que el
padrastro de Paige le hacía. Tal vez incluso peor.
Pero no había
manera de evitarlo tenía que saber si Jasmine estaba viva, había tomado clases
de primeros auxilios en las clases de salud el año pasado en mi viejo colegio,
así que tal vez podía ayudarla, o al menos correr y encontrar a alguien que sí
pudiera. Tenía que intentarlo de cualquier forma, no podía quedarme y no hacer
nada, no cuando Jasmine se miraba tan…
Tan rota.
Así que me
agaché y estiré mi temblorosa mano hacia su cuello, mis dedos se aproximaban a
su pálida piel, antes de finalmente acercarme y hacer contacto. Cerré los ojos
y mordí mis labios esperando sentirme abrumada por las emociones y
sentimientos, esperando sentir el terror y el miedo que Jasmine había sentido.
Esperando sentirme abrumada con esas horribles emociones y comenzar a gritar.
No sentí nada.
No miedo, no
terror y especialmente no dolor.
Nada, ni
siquiera pude obtener la más débil sensación desprendiéndose del cuerpo de
Jasmine.
Ninguna vibra,
ninguna imagen, nada.
Fruncí el seño y
empujé mis dedos más cerca de la herida, poniendo mi mano justo encima de la
cortada.
Nada.
Raro, muy raro.
Yo siempre veo algo, siento algo. Especialmente cuando en verdad tocaba a
alguien, en este caso alguien a quien le habían abierto la garganta
brutalmente.
En la esquina de
mi ojo vi un rápido y furtivo movimiento, pero antes de que pudiera ver qué
era, algo frío y pesado se estrello contra mi cabeza, un destello brillante y
blanco explotó frente a mis ojos antes de que la oscuridad me tragara.
No hay comentarios:
Publicar un comentario