jueves, 23 de enero de 2014

Touch of Frost: Capitulo 4.

04/05
Beso.

Twitter: @AnglesCasi.
Blog: abetterworldlaliter.blogspot.com.

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Capitulo 4.




En el momento en que monté el autobús de vuelta a Cypres Mountain, evité mirar a las silenciosas y contemplativas Esfinges, me deslicé por la puerta de hierro, y me dirigí a la biblioteca, eran casi las seis y el crepúsculo había comenzado a caer en el campus. Tonos suaves de púrpura y gris rayaban el cielo, así como sombras negras se deslizaban por los costados de los edificios, pareciendo sangre deslizándose por la piedra. Negué con la cabeza para desterrar la idea extraña y seguí caminando.

La Biblioteca de Antigüedades era la estructura más grande en la Academia Mythos y se asentaba en la parte superior del grupo de los cinco edificios principales que formaban los puntos imprecisos de la estrella. Supuestamente, la biblioteca sólo tenía siete pisos de altura, pero siempre me pareció como que sus torres seguían llegando arriba y arriba y arriba, hasta que finalmente atravesaban el cielo con sus puntas afiladas, como espadas.

Pero lo que hacía súper escalofriante a la biblioteca eran las estatuas de piedra que la cubrían. Grifos, Gárgolas, Dragones, incluso algo que se parecía a un Minotauro gigante. Las figuras estaban en todas partes que tú miraras, desde los anchos y planos escalones que llevaban a la puerta de entrada, a la terraza almenada en el cuarto piso a las esquinas del techo inclinado. Y todas eran tan detalladas y realistas, que parecía como si en realidad ellas hubieran sido verdaderas en un tiempo; Monstruos reales merodeando por todo el edificio hasta que algo o alguien las había congelado en el lugar.

Miré a los Grifos encaramados a ambos lados de los escalones de piedra gris. Las estatuas se cernían sobre mí, y los dos Grifos se sentaban atentos, la cabeza del águila en alto, sus alas plegadas detrás de ellos, y sus gruesas colas de leones enroscadas alrededor de las garras curvas y afiladas en sus patas delanteras.


Tal vez era mi don Gitano, mi Psicometría, pero siempre sentía como que los dos Grifos me estaban mirando, siguiendo mis movimientos con sus ojos sin párpados.

Que todo lo que tenía que hacer era tocarlos y ellos volverían a la vida, brotando de la piedra, y destrozándome. Era la misma sensación que tenía cuando me tocaba caminar bajo las Esfinges en la puerta principal y todas las otras estatuas en el campus. Me estremecí de nuevo, metí las manos en los bolsillos de mi sudadera con capucha, me apresuré a subir las escaleras, y me dirigí hacia el interior de la biblioteca.

Caminé por un pasillo y a un par de puertas dobles abiertas que conducían al espacio principal. Como todo lo demás en Mythos, la Biblioteca de Antigüedades era vieja, congestionada, y pretenciosa. Pero aún tenía que admitir que era algo digno de verse.

La parte principal de la biblioteca tenía la forma de una enorme cúpula y el techo curvo estaba cortado todo el camino hasta la cima. Supuestamente, los frescos adornaban el arco superior de la cúpula, las pinturas de batallas Mitológicas acentuadas con oro, plata y joyas brillantes. Pero nunca había sido capaz de vislumbrar ninguno de ellos a través de la oscuridad perpetua que envolvía los niveles superiores.

Por lo que podía ver eran todos los Dioses y Diosas. Ellos rodeaban el segundo piso de la biblioteca como centinelas vigilando a los alumnos estudiando debajo. Las estatuas paradas en el borde del balcón curvo, separadas por esbeltas columnas estriadas. Había Dioses Griegos como Nike, Atenea y Zeus. Dioses Nórdicos como Odín y Thor. Deidades nativas americanas como el Coyote Tramposo y el Conejo. De nueve metros de altura y talladas de mármol blanco. Si tú subías las escaleras al segundo piso, podías caminar en un círculo junto a todos ellos, algo que nunca había querido hacer. Al igual que los Grifos afuera, las estatuas parecían un poco demasiado realistas para mí.

Mis ojos vagaban sobre los Dioses y Diosas, mirándolos de uno en uno, hasta que llegué al único lugar vacío en el Panteón circular, el lugar donde Loki debería estar de pie. No había ninguna estatua de Loki en la biblioteca o en cualquier otro lugar en Mythos. Imaginé que tenía algo que ver con lo de ser tan malo y tratando de destruir al mundo con sus Cosechadores del Caos. No es exactamente la clase de Dios para el que tú querías construir un santuario.


Quité los ojos de la zona vacía y seguí caminando.

Las estanterías alineadas a ambos lados del pasillo principal antes de que éste se abriera hacia una zona llena de largas mesas. Un carro independiente a la derecha vendía café, bebidas energéticas, panecillos y otros aperitivos para que los estudiantes no tuvieran que salir de la biblioteca a buscar algo de comer mientras estaban estudiando. El rico olor del café tostado llenaba el aire, dominando el olor seco y húmedo de los miles de libros.

No dejé de caminar hasta que llegué al largo mostrador de registro que estaba en el centro de la biblioteca. Varias oficinas encristaladas yacían detrás del mostrador, separando una mitad de la sala abovedada de la otra. Di un paso por detrás del mostrador, me dejé caer en el taburete al lado del ordenador de registro, y colgué el bolso de mi hombro. Ni siquiera tuve tiempo para sacar mi libro de Historia de la Mitología y empezar mi informe, antes de que una puerta en la pared de cristal detrás de mí chirriara abriéndose y Nicolas saliera.

Nicolas era el jefe en la Biblioteca de Antigüedades. Un hombre alto y delgado con el pelo negro, penetrantes ojos azules, y dedos largos y pálidos. Él no era tan viejo, quizá cuarenta años o así, pero era un enorme dolor en mi culo. Nicolas amaba la biblioteca y todos los libros en el interior, los amaba con una pasión que rayaba en un escalofriante asesino en serie. Pero lo que verdaderamente no le importaba eran todos los estudiantes que irrumpían a través de su pequeño reino diariamente, especialmente yo. Por alguna razón, al bibliotecario le disgustaba verme, y su actitud no había mejorado durante los dos meses que había estado trabajando aquí.

—Bueno —resopló Nicolas, cruzando los brazos sobre su pecho—. Ya es hora de que llegaras, Mariana.
Rodé mis ojos. El tenso bibliotecario era el único que me llamaba por mi nombre completo, algo que le había pedido que no hiciera, con cero éxito hasta ahora. Creo que lo hacía sólo para molestarme.

—Llegas diez minutos tarde para tu turno… de nuevo —dijo Nicolas—. Es la tercera vez que ha pasado en las últimas dos semanas. ¿Dónde estabas?

Yo no le podía decir exactamente que había salido de los terrenos de la Academia para ir a ver a la Abuela Espósito, ya que, tú sabes, los estudiantes no se supone que salgan del campus durante la semana. Era una de las “Principales Reglas”, después de todo. Yo no quería meter a la Abuela en problemas, o peor, no ser capaz de ir a verla nunca más. Ya había aprendido que era mejor esquivar a Nicolas y a las otras Potencias en Mythos que enfrentarlos directo. Así que simplemente me encogí de hombros.

—Lo siento —dije—. Estaba ocupada haciendo cosas.

Los ojos azules de Nicolas se estrecharon ante mi vaga y simple respuesta, y sus labios se apretaron en una línea fina. 

—Bueno, déjame decirte sobre la pieza más nueva que saqué del almacén esta mañana. Varias clases han sido asignadas para estudiarla este semestre, así que estoy seguro que recibirás un montón de preguntas al respecto.

La biblioteca estaba llena de Urnas de vidrio llenas con piezas empolvadas de chatarra que supuestamente había pertenecido a algún Dios, Diosa, Héroe Mitológico, o incluso Monstruo. No podías caminar por los pasillos sin tropezar con ellas. Cada dos semanas, Nicolas sacaba algo más de almacenamiento y lo ponía en exhibición. Parte de mi trabajo era conocer lo suficiente sobre lo que fuera para ayudar a los otros chicos a encontrar libros de referencia y más información sobre el mismo.

Suspiré. 

—¿Qué es esta vez?

Nicolas dobló un dedo, indicándome que lo siguiera. Caminamos a la izquierda pasando varias mesas llenas de estudiantes. Una Urna de cristal grande estaba colocada en un espacio abierto en el centro del piso de la biblioteca. Descansando en el interior había un sencillo Cuenco que parecía que estaba hecho de barro color marrón-grisáceo. Aburrido. Al menos algunas de las espadas parecían geniales. ¿Esto? Un aburrimiento total.

—¿Sabes qué es esto? —dijo Nicolas en voz baja, sus ojos brillantes.

Me encogí de hombros. 

—Para mi se parece a un Cuenco.


La cara de Nicolas se arrugó, y murmuró algo entre dientes. Probablemente maldiciendo mi falta de entusiasmo de nuevo. 

—No es cualquier Cuenco, Mariana. Este es el Cuenco de Lágrimas.

Él me miró como si yo debería haber sabido lo que era. Me encogí de hombros otra vez.

—El Cuenco de Lágrimas es lo que la Diosa Nórdica Sigyn utilizaba para recolectar el veneno de la serpiente que goteaba sobre su marido, Loki, la primera vez que fue encarcelado por los otros Dioses, mucho antes de la Guerra del Caos. Cada vez que Sigyn vaciaba el Cuenco, el veneno caía sobre la cara de Loki y lo quemaba, haciéndolo gritar. Sus gritos de dolor eran tan grandes que la tierra tembló por millas a su alrededor. Es por eso que fue llamado el Cuenco de Lágrimas. Es un Artefacto muy importante, uno de los Trece Artefactos por el que el Panteón y los Cosechadores pelearon durante la última gran batalla de la Guerra del Caos...

Fue todo bla, bla, bla, y mis ojos inmediatamente se pusieron vidriosos. Más estúpidas Diosas y Dioses. No sé cómo Nicolas los tenía a todos en claro. Estaba pasando un momento bastante duro tratando de escoger uno para mi informe para la Profesora Emilia de la clase de Historia de la Mitología.

Finalmente, luego de unos cinco largos, largos minutos de soltar incesantes hechos, Nicolas se relajó. Un Profesor que había estado en una mesa cercana se acercó y le hizo una pregunta, y el bibliotecario se fue a responderle al otro hombre. Sacudí la cabeza, tratando de desvanecer la somnolencia que sentía, y volví a mi lugar detrás del mostrador.

Por las siguientes tres horas verifiqué libros, respondí a preguntas, e hice otras tareas serviles. La biblioteca era el único lugar donde los otros estudiantes de Mythos estaban obligados a notarme y hablarme, si sólo así podían conseguir hacer sus deberes.

Ya que se suponía que los estudiantes no estuvieran fuera del campus durante la semana, la biblioteca también era un lugar para “Pasar el Tiempo” y “Ser Visto”, y a mucho de los chicos les gustaba escaparse y engancharse entre los estantes. Había encontrado más de un condón usado cuando acomodaba los libros. Puaj. Hacerlo contra un estante lleno de libros mohosos no era exactamente la manera en que quería perder mi virginidad, pero era la moda en Mythos. Este mes, al menos.

Jasmine Ashton, Morgan McDougall, y Euge Suarez estaban entre aquellas que entraron en la biblioteca durante mi turno. Las tres Valquirias agarraron unos mochas fríos y mufins de frambuesas, entonces se dejaron caer en la mesa más cercana al carrito de café para que todo el mundo llegara y las viera. Samson Sorensen estaba entre ellos, también, aunque parecía estar más interesado en la revista de deportes que estaba hojeando que en otra cosa.

Luego de unos cuantos minutos, Jasmine se marchó para circular entre la multitud y hablar a otros chicos populares que habían venido a la biblioteca esta noche. Morgan y Samson juntaron sus cabezas y empezaron a hablar, pero evidentemente Euge había venido aquí a estudiar, porque se acomodó en la mesa un poco lejos de los otros.

Euge me vio sentada detrás del mostrador de recepción. La Valquiria me dio una mirada desagradable, arrastró su portátil fuera de su bolsa, y lo abrió y empezó a tipear. Resistí la urgencia de sacarle la lengua. No era mi culpa que Euge tuviera un monstruoso enamoramiento por un Holgazán y que sus amigas malintencionadas se burlarían si alguna vez ella les contaba que él le gustaba, mucho menos que trató de salir con él.

Finalmente, alrededor de las nueve, la biblioteca se vació cuando los chicos empacaron sus libros y se dirigieron a sus dormitorios para pasar la noche y a las diez en punto el toque de queda. Nicolas dijo que pasara por el edificio de Ciencias-Matemáticas y dejara un recado antes de que la biblioteca cerrara. En vez de dejar adelantarme y marcharme, el bibliotecario empujó un carrito lleno de libros en mi dirección y me dijo que los archivara para cuando él se fuera. Como dije, era un gigante dolor en mi culo.

Pero no había nada que pudiera hacer. Si me iba sin poner los libros, estarían esperándome la próxima vez que tuviera que trabajar. Nicolas era una especie de idiota de esa manera. Así que empujé el carrito entre los estantes, agarré los libros, y empecé a devolverlos a donde pertenecían. Casi todos los títulos eran viejas referencias que habían sido entregadas por cientos y cientos de estudiantes en el transcurso de los años, así que no conseguí gran vibra o flashes al tocarlos. Solo un sentido general de chicos hojeando páginas y cazando cualquier información oculta que necesitaban para terminar sus últimos ensayos.

Supongo que pude haber usado guantes para cortar cualquier flash por completo, tanto de aquí en la biblioteca como en cualquier otro lugar. Ya sabes, la antigua seda blanca que se pegaba a todo lo largo hasta los codos de las chicas. Pero eso definitivamente me habría marcado como un fenómeno en Mythos; la chica del don Gitano con el fetiche de guante. Podría no encajar en la Academia, pero no quería anunciar cuán diferente era tampoco.

Mantuve mis ojos y oídos abiertos por cualquier estudiante que pudiera no haber terminado de practicar sexo rápido nocturno entre los estantes. La semana pasada, había dado la vuelta a una esquina y había visto a dos chicos de mi clase de Literatura Inglesa dándole como conejos.

Pero no escuché nada ni vi a nadie mientras recorría la biblioteca y deslizaba los libros en sus lugares apropiados. Todo habría salido más rápido si el carro que estaba usando no hubiera sido viejo y destartalado, con una rueda perdida que empujaba a la derecha. Cada vez que intentaba doblar una esquina con el estúpido carro, inevitablemente se deslizaba hacia cualquier Urna de vidrio que resultaba estar muy cerca.

Había cientos de ellas en la biblioteca, iguales a la que Nicolas me había arrastrado más temprano. Urnas brillantes que contenían todo tipo de cosas. Una daga que había pertenecido a Alejandro Magno. Un collar que la Reina Guerrera Boudicca había usado. Un peine enjoyado que Marco Antonio le había dado a Cleopatra para mostrar su eterno amor por ella antes de que ambos decidieran patearlo.

Algunos de los objetos eran fantásticos, y me habría gustado darles un vistazo rápido a la placa de plata en el frente o a la tarjeta ID del interior para ver exactamente qué eran. En realidad nunca habría intentado abrir alguna de las Urnas, ya que todas tenían una especie de Magia Mumbo Jumbo adheridas a ellas para prevenir que las personas robaran las cosas de adentro. Pero siempre me preguntaba cuánto valdrían las cosas del interior en eBay, si eran reales. Probablemente bastante para tentar incluso a Jasmine Ashton, la chica más rica en Mythos, caminando con ellos e su bolso de diseñador.

Diez minutos después, metí el último libro, agarré el carrito, y traté de dirigirlo hacia el mostrador de recepción. Pero, por supuesto, el artilugio de metal tenía vida propia y fue zumbando hacia otra Urna. Conseguí detener el carro justo antes de que chocara el cristal.

—Estúpida rueda —murmuré.

Caminé alrededor del carrito y estaba tratando de empujarlo de regreso hacia el otro lado cuando un parpadeo plateado llamó mi atención. Curiosa, bajé la vista hacia la Urna que estaba al lado.

Una espada yacía en ella, una de las cientos que había en la biblioteca. Mis ojos pasaron sobre el vidrio, buscando la placa que me diría qué era y qué la había hecho tan malditamente especial. Pero no había placa sobre la Urna. Ni placa plateada en el exterior, ni tarjetita en el interior, nada. Raro. Cada una de las otras Urnas que había visto tenían alguna especie de ID encima o en el interior. Quizá Nickamedes se había olvidado de esta, desde su camino de regreso entre las vitrinas en la tierra olvidada.

Debería haber empujado el carro hacia el pasillo, volver al mostrador de recepción, y empacar mi bolsa de mensajero para poder irme al segundo en que Nickamedes regresara. Pero por alguna razón, me encontré deteniéndome y bajando la vista a la espada una vez más.

Era una espada bastante simple, una larga hoja hecha de un metal gris plateado con una empuñadura que era solo un poco más grande que mi mano. Un arma pequeña, comparada con algunas de las enormes palancas que había visto en la biblioteca.

Sin embargo, algo en la forma de la espada parecía… familiar. Como si la hubiera visto antes. Quizás había visto una ilustración de ella en mi libro de Historia de la Mitología. Quizás algún chico malo la había usado en la Guerra del Caos, si alguna vez había realmente ocurrido. Resoplé. Probablemente no.

Incliné la cabeza a un costado, tratando de descubrir por qué la espada me resultaba tan interesante. Y me di cuenta que la empuñadura casi parecía como… un rostro. Como si la mitad de un rostro de hombre hubiera sido de alguna manera incrustado en el metal. Había una insinuación de una boca, el surco de una nariz, la curva de una oreja, incluso un bulto redondo que parecía un ojo. Extraño. Pero no era feo. Estaba casi… vivo.


Había algunas palabras sobre eso, también. Podía verlas destellando en la hoja justo encima de la empuñadura, como si hubieran sido talladas en el metal. Entrecerré los ojos, pero no pude mirar lo que eran. V-i-c… Vic algo, pensé, apoyándome más cerca para dejar la huella de la nariz sobre el vidrio liso…

¡CRASH!

Asustada por el ruido repentino, salté hacia atrás y me presioné contra la estantería. Lo ojos bien abiertos, con el corazón en la garganta, la sangre latiendo en mis oídos. ¿Qué demonios fue eso?

No me consideraba una gata miedosa, y ciertamente no era una de esas chicas cobardes… chicas que le temían a su propia sombra. Pero mamá había sido una detective de la policía. Me había contado muchas historias de terror sobre personas siendo asaltadas y peor. Y la Biblioteca de Antigüedades no era exactamente tan cálida como un parque un día de verano. Nada lo era en la Academia Mitos.

Y amigables como un parque en un día de verano, nada lo era en Mythos.

Ahora que lo pensaba no había escuchado nada mientras acomodaba los libros, ningún sonido, ni los susurros de la ropa, nada que indicara que había alguien más en la biblioteca además de mí.

Algo frío y duro se incrustó en la palma de mi mano, miré hacia abajo y me di cuenta que había envuelto la mano en la Urna de cristal, mis dedos alrededor del broche de metal, a un segundo de abrirla y tomar el arma que se encontraba dentro.

Pero la cosa verdaderamente extraña era que la espada me observaba.

La cubierta de la empuñadura se había deslizado, revelando un ojo pálido que me miraba fría y constantemente. Era un color raro, también, no muy púrpura pero tampoco gris.

Entonces mi cerebro entró en acción, y me recordó que todo esto era muy, muy raro. Grité y me alejé del vidrio, mi hombro golpeó con uno de los estantes de libros, y me quejé cuando la esquina golpeó mi cuerpo.


Pero el pequeño dolor sirvió algo para disminuir mi pánico.


En el fondo sabía que mi imaginación estaba jugándome trucos, las espadas no tenían ojos, no incluso en un lugar tan loco como la Academia Mythos. Y ciertamente no se quedaban viendo a la gente, especialmente a alguien como yo, la no importante chica Gitana que ve cosas.

¿Y el ruido? Esos eran probablemente algunos libros que algún niño había apilado torcidamente en un estante, finalmente cayendo. Probablemente apropósito para asustar a quien estuviese en la biblioteca tan tarde, ya había pasado antes, usualmente a mí.

Me quedé allí de pie un momento más para calmar mis latidos acelerados, luego me alejé de los estantes pensé en agarrar el carrito y forzarlo de vuelta al escritorio principal de la biblioteca con todo y rueda suelta, pero tenía que mirar primero a la espada. Tenía que convencerme que no me estaba volviendo loca. Que yo en realidad no estaba empezando a creer todas esas cosas que la Profesora Emilia seguía diciéndonos en clase de Historia Antigua sobre Dioses malvados, Guerreros antiguos y Caos y el fin del mundo y Blah, blah, blah.

Así que di una rápida mirada por encima de mi hombro, el bulto que había creído era un ojo, no era más que un golpe en la empuñadura, completamente cubierto, completamente plateado, completamente normal.

Nada más. Ciertamente no me estaba mirando.

Suspiré aliviada, de acuerdo Lali no estaba perdiendo la cabeza aún. Bueno saberlo.

Agarré el carrito y lo empujé hacia el mostrador, al diablo con Nicolas y su maldita actitud.

Extrañas espadas y ruidos raros eran suficientes para mí. Me iba. Ahora.

Me alejé de las pilas de libros y me dirigí a la salida del pasillo, estaba a medio camino del mostrador cuando me di que algo se movía en la esquina de mi ojo. Miré hacia mi derecha.

Y es ahí cuando la vi.

Jasmine Ashton.


La rubia Valquiria yacía de espaldas enfrente de esa Urna que Nicolas me había mostrado más temprano esa noche, que se supone tenía el Cuenco de Lagrimas de Loki.

Excepto que todo el vidrio de la Urna se había roto y no había ningún Cuenco dentro.

Y alguien o algo habían cortado la garganta de Jasmine de oreja a oreja.

Me congelé no segura de qué estaba pasando. Parpadeé unas cuantas veces, pero la escena no cambió, Urna rota, Cuenco robado, una chica con una gran, sangrienta línea a través de su pálida garganta.

Me quedé allí por un momento, sorprendida y estupefacta, antes de que mi cerebro despertara y comenzara a trabajar. Empujé el carrito fuera del camino y corrí hacia Jasmine, mi pie se deslizaba debajo de mí, puse mi mano en el piso para estabilizarme, algo frío, húmedo y pegajoso cubrió mis dedos. Haciéndome estremecer, levanté mi mano y la encontré cubierta de sangre, la sangre de Jasmine.

Estaba en todas partes, debajo de la Urna destrozada, a su lado, salpicando las mesas de madera, charcos de sangre de la valquiria cubrían el piso como agua roja que no había sido limpiada.

—Oh, mierda.

Estaba casi hiperventilando, así que respiré profundamente de la forma en que mi madre siempre me dijo que hiciera cada vez que sentía pánico.

Siempre que estaba en una muy mala, mala situación. Después de varios segundos me sentí mejor, al menos lo suficientemente bien para hacerme camino a través de la piscina de sangre hacia donde estaba recostada Jasmine.

Su cabello rubio fresa, sus ojos azules, su hermoso rostro, ropa de diseñador. La Valquiria se miraba de la misma forma que siempre lo hizo, a excepción de la cortada en su garganta y el cuchillo a su lado. Una larga daga curvada con un enorme rubí en la empuñadura las luces hacían que la gema brillara como un ojo rojo mirándome. Por alguna razón la daga era lo único que no estaba cubierto con sangre. Bizarro.


Me agaché junto a Jasmine, tratando de no ver la horrible herida en su garganta, no podía saber si seguía respirando o no y sólo había una forma de saberlo.

Tenía que tocarla.

Y de verdad, de verdad no quería hacerlo.

Aunque me gustara mucho saber los secretos de la gente, sabía que mi don Gitano entraría tan pronto como tocara la piel de la Valquiria. Entonces vería, sentiría, experimentaría exactamente lo que Jasmine había sentido cuando su garganta fue cortada. Sería horrible, justo tan horrible como ver las cosas horribles que el padrastro de Paige le hacía. Tal vez incluso peor.

Pero no había manera de evitarlo tenía que saber si Jasmine estaba viva, había tomado clases de primeros auxilios en las clases de salud el año pasado en mi viejo colegio, así que tal vez podía ayudarla, o al menos correr y encontrar a alguien que sí pudiera. Tenía que intentarlo de cualquier forma, no podía quedarme y no hacer nada, no cuando Jasmine se miraba tan…

Tan rota.

Así que me agaché y estiré mi temblorosa mano hacia su cuello, mis dedos se aproximaban a su pálida piel, antes de finalmente acercarme y hacer contacto. Cerré los ojos y mordí mis labios esperando sentirme abrumada por las emociones y sentimientos, esperando sentir el terror y el miedo que Jasmine había sentido. Esperando sentirme abrumada con esas horribles emociones y comenzar a gritar.

No sentí nada.

No miedo, no terror y especialmente no dolor.

Nada, ni siquiera pude obtener la más débil sensación desprendiéndose del cuerpo de Jasmine.

Ninguna vibra, ninguna imagen, nada.

Fruncí el seño y empujé mis dedos más cerca de la herida, poniendo mi mano justo encima de la cortada.

Nada.


Raro, muy raro. Yo siempre veo algo, siento algo. Especialmente cuando en verdad tocaba a alguien, en este caso alguien a quien le habían abierto la garganta brutalmente.


En la esquina de mi ojo vi un rápido y furtivo movimiento, pero antes de que pudiera ver qué era, algo frío y pesado se estrello contra mi cabeza, un destello brillante y blanco explotó frente a mis ojos antes de que la oscuridad me tragara.

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