03/05
beso.
Twitter:@AnglesCasi.
Blog: abetterworldlaliter.blogspot.com.
---------------------------------------------------------------------
Capitulo 3.
Historia de la
Mitología fue mi última clase del día. Tan pronto como la campana sonó, guardé
los libros de texto en mi mochila.
—Nos vemos, Lali.
Nico Riera me
llamó en un alegre adiós y deslizó la bolsa de plástico con la encantadora
pulsera en uno de los bolsillos de su cargo de diseñador color kaki. Asentí con
la cabeza hacia él, me colgué la mochila al hombro y me fui.
Caminé por el
pasillo lleno de gente, empujé la primera puerta que me crucé y di un paso
fuera. Cinco edificios principales formaban el corazón de la Academia Mythos,
matemáticas-ciencias, historia-inglés, el gimnasio, el comedor y la biblioteca
todos agrupados flojamente, formando una estrella de cinco puntas. A pesar de
que había estado yendo por dos meses, ahora, todos los edificios tenían el
mismo aspecto para mí, oscura piedra gris, cubierta con una pesada y abundante
capa de raíces y lianas de una hiedra brillante. Grandes, escalofriantes
estructuras góticas, con torres y parapetos y balcones. Estatuas de varios
Monstruos Mitológicos como Grifos y Gorgones encaramados en todos los
edificios, sus bocas abiertas en un gruñido silencioso y enojado.
Un enorme patio
abierto y una serie de pasillos curvos conectaban los cinco edificios antes de
que adoquines de un color gris ceniciento serpenteara por una colina hacia los
dormitorios de los estudiantes y otras estructuras que conformaban el resto del
exuberante terreno de la Academia. Todavía se podía ver hierba verde en el
suave césped a pesar del frio de octubre. Por aquí y por allí los arces y los
altos robles extendían sus anchas ramas, sus hojas aferrándose a sus últimos
colores rojo sangriento y naranja calabaza.
Me subí la
cremallera de mi sudadera con capucha, metí las manos en los bolsillos y me
dirigí a través del patio, bordeando los grupos de estudiantes de los
alrededores, que habían parado para hablar y sacaban sus celulares para
comprobar sus mensajes. Había llegado a mitad del camino cuando una risa muy
alta y vibrante captó mi oído.
Volví la cabeza
y vi a Jasmine Ashton con su corte debajo del alto y gran arce que estaba en el
medio del patio.
Jasmine Ashton
era la chica más popular de mi clase, que se componía de chicos de diecisiete
años de edad, pertenecientes a segundo año. Ella era también una Valquiria con
una melena de pelo rubio color fresa, brillantes ojos azules, y el diseñador
más caro de ropa que el dinero podía comprar. Era el tipo de chica que hacía
que todos los demás se vieran de aspecto normal, incluso sus delgados,
magníficos e igualmente vestidos amigos. Jasmine se sentó en un banco de hierro
debajo del arce, buscando algo en su portátil y riendo junto con Morgan
McDougall, su mejor amiga.
Con su pelo
negro, ojos color miel, cuerpo curvilíneo y polleras súper cortas, Morgan era sólo un poco menos bella y popular que
Jasmine, lo que la hacía la diva número dos de nuestra clase. Sin embargo su
reputación de ser una puta atroz quien había dormido con casi todo el mundo la
hacía número uno con los chicos. Naturalmente.
Dos chicas más
estaban sentadas a cada lado de Jasmine y Morgan, mientras que Euge Suarez esta
encaramada en una manta en un grueso y suave jardín de hierba. Todas las
populares princesas Valquirias tendían a estar juntas.
Las chicas no
estaban solas. Samson estaba detrás de Jasmine, frotando sus hombros con la
absorta devoción de un esclavo. No es de extrañar, ya que el Vikingo era su
novio, y uno de los chicos más guapos en la escuela. Pelo castaño, como la
playa, ojos color avellana y hoyuelos.
Samson podría
haber pasado fácilmente por un modelo de Calvin Klein. También era el Capitán
del equipo de natación. No hay futbol aquí. Todos los chicos de Mythos hacían
deportes lujosos y elegantes como natación, tenis, tiro con arco y esgrima.
Realmente, esgrima.
¿Cuál era el
punto en eso?
Ver a Jasmine y
Samson juntos era como mirar una versión tamaño real de Barbie y Ken. Ellos se
veían perfectos juntos, como si hubieran estado hechos el uno para el otro.
Los otros
estudiantes en Mythos no me prestaban mucha atención, pero todavía podía oír un
montón de chismes jugosos por mi cuenta. Un rumor decía que había problemas en
el paraíso entre la feliz pareja.
Evidentemente,
Samson estaba dispuesto a llegar a más, ya que él y Jasmine habían estado
juntos desde el año pasado, pero ella no estaba lista para usar su tarjeta de V
por el momento.
Estaba tan
ocupada mirándolos que me estrellé contra un hombre caminando en sentido
contrario en el patio.
Y, por supuesto,
mi bolsa de mensajero de deslizó fuera de mi hombro y cayó al suelo, derramando
mis libros en todas partes. Porque eso es exactamente lo que les pasa a chicas
como yo.
—Lo siento
—dije, cayendo de rodillas y tratando de juntar todo de nuevo en mi bolsa antes
de que alguien pudiera echar un vistazo a cualquier cosa, especialmente el
ahora vacío envoltorio de galletitas de chocolate que la Abuela Esposito había
preparado para mí y las historietas que se habían deslizado fuera. Las
coloridas páginas aletearon como libélulas en la brisa.
En lugar de
caminar alrededor de mí como yo esperaba de él, el chico contra quien me había
chocado decidió ponerse en cuclillas a mi lado. Mis ojos fueron hasta su cara.
Me tomó un segundo al reconocerlo, pero cuando lo hice, me congelé. Porque
Peter Lanzani era el hombre contra quien me acababa de chocar.
Uh-oh.
Incluso entre
los chicos ricos y Guerreros en Mythos, Peter Lanzani era el tipo de persona
que atemorizaba a todo el mundo. Él hacía lo que quería, siempre que él lo
quisiera. Y mucho de lo que le gustaba hacer involucraba lastimar personas.
Todo acerca de
Peter gritaba chico malo, desde su grueso y sedoso pelo negro, como el tono del
intenso color azul hielo de sus ojos a la chaqueta de cuero negro que resaltaba
sus anchos hombros. Oh sí, él era sexy, en una manera dura y arrugada de “acabo
de salir de una cama de las chicas”. Aparentemente, Peter estaba a la altura de
los rumores y era bueno en dormir con la mayoría, si no todas, las chicas más
calientes en Mythos.
Supuestamente,
firmaba los colchones de las chicas con que se había acostado, sólo para llevar
una cuenta de todas ellas, algo que los otros chicos habían tomado como
costumbre, aunque no con tanto éxito como Peter. Excepto, tal vez, en el cuarto
de Morgan McDougall.
Peter Lanzani
también era descendiente de una larga línea de Espartanos. Sí, los Espartanos,
los Guerreros que tenían a miles de chicos malos antes de que la mayoría
pereciera en la antigua batalla de las Termopilas. Los cuales habían sido
traídos a la vida por Gerard Buttler y sus hombres con abdominales cincelados
en 300. La Profesora Emilia nos había dejado ver la película en clase hacía
tres semanas, antes de que ella procediera a darnos lecciones acerca de la
importancia histórica de la batalla, pero los abdominales de Gerard habían sido
lo suficientemente impresionantes para mí como para soñar despierta con ellos y
desconectarme de Emilia.
Sólo había un
puñado de Espartanos aquí en Mythos, pero todos los demás estudiantes iban con
cuidado alrededor de ellos. Incluso los más ricos y snobs de los chicos sabían
que no debían molestar a un Espartano. Al menos, en su cara. Eso es porque
ellos eran los mejores en la lucha, lejos, en la Academia. Los Espartanos
nacieron Guerreros. Eso es todo lo que sabían hacer, y cómo lo sabían y era todo
lo que ellos hacían.
A diferencia de
los otros chicos, Peter Lanzani no tenía un arma con él. Tampoco el resto de
los Espartanos que había visto. Pero no la necesitaban. Una de las cosas por la
que los Espartanos eran conocidos, es por la capacidad de recoger cualquier
tipo de arma o algo, y automáticamente sabían cómo utilizarla e incluso matar a
alguien con ella. En serio. Peter Lanzani era el tipo de persona que podía
apuñalar mi ojo con un maldito Twizzler.
A veces, no sé
si realmente creo todas las cosas locas que me rodean. Como los Espartanos,
Valquirias y Cosechadores. A veces, me preguntaba si estaba atrapada en un
asilo para enfermos mentales, soñando todo esto. Al igual que Buffy. Pero si
ese era el caso, se podría pensar que iba a tener un mejor tiempo, que al menos
sería una de las populares princesas Valquirias o algo.
Peter alcanzó
uno de los comics de la Mujer Maravilla que había estado en mi bolsa. El
movimiento rompió mi aturdimiento.
—¡Dame eso!
Agarré el libro
de las historietas del césped. No quería que Peter Lanzani contaminara mis
cosas con sus tenebrosas vibraciones psicópatas- asesinas, lo cual podría
suceder si los tocaba. Así es como los objetos tienen emociones asociadas en
primer lugar, por personas que los tocaban, manipulaban y usaba con el tiempo.
Metí la historieta de la Mujer Maravilla más profundo en mi bolsa, junto con
todas las demás y la lata de galletitas vacía, que tenía la forma de las
galletitas de chocolate que tuve hace tiempo.
Peter levantó
una ceja, pero no dijo nada por mi obvia pérdida de la compostura.
—Siento haber
chocado contigo —dije de nuevo, levantándome—. No me mates, ¿sí?
Él también se
puso de pie, y esta vez su boca se alzó hasta algo que se parecía a una
sonrisa.
—No lo sé
—murmuró—. Las chicas Gitanas son muy aburridas y fáciles de matar. No tomaría
más de un segundo.
Su voz era más
profunda de lo que había pensado que sería, con un timbre rico en la garganta.
Sobresaltada miré hacia arriba, a su cara y vi diversión en su brillante mirada
de hielo.
Mis propios ojos
se entrecerraron. No me gustaba que se burlaran de mí, ni siquiera un chico malo
y peligroso como Peter Lanzani.
—Sí, bueno esta
chica Gitana pasa a tener una Abuela que te puede maldecir de tal forma que tu
pene se volvería negro y caería, así que ándate con cuidado, Espartano.
Por supuesto, eso
no era cierto. Mi Abuela Espósito veía el futuro. Ella no maldecía a las
personas —al menos, no que yo supiera—. A veces, era difícil de decir con la
Abuela. Pero no había ninguna razón para Peter Lanzani supiera que yo estaba
mintiendo.
En lugar de
intimidarse, su boca hizo ese movimiento parecido a una sonrisa,
nuevamente.
—Creo que
prefiero verte ir, chica Gitana.
Fruncí el ceño.
¿Estaba él realmente flirteando conmigo? No podría decirlo, y no quería
quedarme para averiguarlo. Manteniendo un ojo en Peter Lanzani, lo rodeé
cuidadosamente y me apuré siguiendo mi camino.
Pero por algún
motivo, su suave risa me siguió todo el camino a través del patio.
Dejé el blando y
herboso patio atrás, paseé por los dormitorios y otras dependencias más
pequeñas, y caminé hasta el borde del campus, donde un muro de piedra de más de
tres metros y medio de altura separaba la Academia Mythos del mundo exterior.
Dos Esfinges se posaban en la cima del muro a cada lado de la entrada, mirando
hacia abajo a la verja negra de hierro situada entre ellas.
Supuestamente,
el muro y la verja estaban encantados, imbuidos en hechizos y otras palabrerías
Mágicas para que sólo la gente que se suponía estuviera en la Academia
—estudiantes, Profesores, y demás— pudieran pasar a través. Cuando había venido
a Mythos, al principio del semestre de otoño, la Profesora Emilia me había
hecho permanecer de pie en la entrada justo entre las dos Esfinges mientras
ella decía unas pocas palabras en voz baja. Las estatuas no se habían movido,
no habían parpadeado, no habían hecho nada salvo sentarse en su privilegiada
posición, pero yo aún había sentido como si hubiera algo en el interior de las
figuras de piedra, algo viejo, antiguo, una fuerza violenta que podría rasgarme
en pedazos si apenas respiraba mal. Esa había sido la primera cosa
escalofriante que había experimentado en Mythos. Qué lástima que no hubiera
sido la última.
Después de que
Emilia hubiera terminado su canto, hechizo, o lo que sea que fuera, me dijo que
ahora era libre de entrar en los terrenos de la Academia, como si me hubiera
sido dado el pasaporte a la guarida supersecreta de los superhéroes Los Cinco
Intrépidos o algo así. No sabía exactamente qué pasaría si alguien que no se
suponía que estuviera en la Academia, como, por ejemplo, un Cosechador malo,
intentara deslizarse a través de la verja o escalar el muro, pero seguramente
aquellas Esfinges y sus largas y curvadas garras no eran sólo decoración.
Me preguntaba
acerca de muchas cosas que hubiera sido mejor olvidar completamente.
Emilia también
me había dicho que las Esfinges estaban diseñadas sólo para mantener a la gente
fuera —no para atrapar estudiantes dentro— y que no debería tenerles miedo. Era
un poco difícil tenerle miedo a algo en lo que realmente no creías. Al menos,
eso es lo que seguía diciéndome a mí misma cada vez que me colaba fuera del
campus.
Miré alrededor
para asegurarme de que no había nadie a la vista, luego corrí hasta la verja,
me volví de lado, encogí el estómago, y me deslicé a través de uno de los
huecos entre los barrotes. No miré hacia arriba a las Esfinges, pero casi podía
sentir sus vigilantes ojos en mí. Son sólo estatuas, me dije a mí misma. Sólo
estatuas. Y unas muy feas, además. No pueden hacerme daño. No realmente.
Un segundo
después, me deslicé libre de los barrotes por el otro lado. Dejé salir el aire
y seguí caminando. No me volví y miré hacia atrás a las estatuas para ver si
estaban realmente observándome o no. Creyera en la Magia de las Esfinges o no,
sabía que no debía tentar a la suerte.
Se suponía que
los estudiantes no podían dejar la Academia durante los días entre semana,
razón por la que la verja estaba cerrada. A la Profesora Emilia y las otras
Potencias de la escuela les gustaba tener cerca a todos los chicos prodigio
Guerreros para poder estar pendientes de ellos, al menos durante las noches de
escuela.
Pero había estado
escapándome siempre desde que había llegado aquí hace dos meses, y había visto
a otros chicos hacer lo mismo, por lo general para excursiones por cerveza o
cigarrillos. ¿Qué era lo peor que podían hacerme? ¿Expulsarme? Después de todas
las cosas extrañas que había visto aquí, estaría emocionada de volver a la
escuela secundaria pública. Incluso no me quejaría acerca de la asquerosa
comida de la cafetería… casi.
Mythos podría
ser un mundo aparte, pero lo que se situaba más allá del muro era asombrosamente
normal, ya que Cypress Mountain era un barrio pequeño y encantador por derecho
propio. Una carretera de dos carriles se curvaba frente a la escuela, y un
surtido de tiendas se agrupaban al otro lado, justo enfrente de la imponente
verja de hierro con pinchos. Una librería, algunas cafeterías, varias tiendas
de ropa de alta gama y boutiques de joyería, incluso un concesionario repleto
de Aston Martins y Cadillac Escalades. Y, por supuesto, una par de tiendas de
vino de lujo que ayudaban a los chicos de la Academia a festejar a lo grande, a
pesar de la supuesta prohibición del alcohol en el campus.
Las tiendas
estaban todas ubicadas aquí para obtener ventaja de las tarjetas de crédito sin
límites y los enormes fondos fiduciarios de los estudiantes de Mythos.
Aparentemente,
los Dioses y Diosas habían recompensado a sus Guerreros Mitológicos con sacos
llenos de oro, plata y joyas en los viejos tiempos y los diferentes
descendientes de aquellos Guerreros habían mantenido el chollo de la riqueza
funcionando, añadiendo a sus saldos bancarios a lo largo de los años, razón por
la cual los chicos de la Academia estaban tan podridos de dinero hoy en día.
Esperé por un
respiro en el tráfico, crucé la calle, y bajé a la parada del autobús al final
de la manzana. Sólo tuve que esperar cinco minutos antes de que el autobús
pasara con gran ruido por su ruta de media tarde, llevando turistas y a todos
los demás que quisieran viajar de Cypress Mountain hacia abajo a la ciudad.
Veinte minutos y varios kilómetros después, me bajé en un barrio que estaba un
par de calles retirado del centro artístico de Asheville, las tiendas y los
restaurantes.
Si Cypress
Mountain era alguna loca versión del Monte Olimpo con su población de chicos
prodigio Guerreros ricos, entonces Asheville era definitivamente donde los
pobres simples mortales vivían. Antiguas y muy gastadas casas se alineaban a
ambos lados de la calle, la mayoría casas de dos y tres pisos que habían sido
divididas en apartamentos. Conocía bien la zona. La Abuela Espósito había
vivido en la misma casa toda su vida, y mamá y yo habíamos estado sólo a unos
pocos kilómetros de distancia en una de las modestas subdivisiones de clase
media de Asheville. Al menos cuando había empezado a ir a Mythos no había
tenido que mudarme al otro lado del país o algo. No creo que hubiera podido
sobrevivir estando tan lejos de la Abuela Espósito. Ella era la única familia
que me quedaba ahora que mamá se había ido. Mi padre, Carlos, había muerto de
cáncer cuando yo tenía dos años, y los únicos recuerdos que tenía de él eran
las desteñidas fotos que mamá me había enseñado.
Caminé hasta el
final de la manzana y salté los escalones de cemento gris de una casa de tres
pisos pintada de un suave tono de lavanda. Un pequeño letrero junto a la puerta
principal decía:
Lecturas Psíquicas Aquí.
Abrí la puerta
de tela metálica, luego usé mi llave para poder entrar. Una pesada puerta
lacada en negro a mi derecha estaba cerrada, aunque un murmullo de suaves voces
provenían de detrás de ella. La Abuela Espósito debía estar dando una de sus
lecturas. La Abuela usaba su don Gitano para hacer dinero extra, al igual que
yo.
Caminé por el
vestíbulo que llevaba a través de la mitad de la casa y giré a la izquierda,
entrando en la cocina. A diferencia del resto de la casa, que constaba de
artesonado de madera oscura y sombría moqueta gris, la cocina tenía un
brillante suelo de baldosas blancas y paredes azul cielo. Eché mi bolso de
bandolera en la mesa y saqué el billete de cien que Nico Riera me había dado
del bolsillo de mis vaqueros. Metí el dinero en un tarro que parecía una
galleta con chispas de chocolate gigante. Coincidía con la lata vacía en mi
bolso de bandolera.
Desde que empecé
a ir a Mythos, siempre le daba la mitad de todo el dinero que hacía a la Abuela
Espósito. Sí, mi Abuelita tenía un montón de dinero por sí misma, más que
suficiente para cuidar de ambas. Pero me gustaba ayudar, especialmente desde
que mamá se había ido. Por otra parte, darle a la Abuela el dinero me hacía
sentir que había hecho algo útil con mi don Gitano, además de sólo encontrar el
sujetador perdido de alguna chica que debería haber aprendido a no quitárselo
en primer lugar.
Mis ojos se
movieron rápidamente sobre los otros billetes dentro del tarro de galletas. La
Abuela había tenido una buena semana dando sus lecturas. Divisé dos más de cien
ahí, junto con un par de cincuenta y unos pocos de veinte.
Las voces
seguían murmurando en la otra habitación, así que asalté el frigorífico. Me
arreglé un sándwich de tomate espolvoreado con sal, pimienta y sólo una pizca
de eneldo. Una fina loncha de queso cheddar y una capa de cremosa mayonesa
completaban el sándwich, junto con mi favorito, pan de levadura de masa
fermentada. Para el postre, corté una rebanada de dulce y esponjoso panecillo
de calabaza que la Abuela había escondido en el frigorífico. Lamí un poco de
glaseado de crema de queso que había quedado en el cuchillo. Mmm. Muy bueno.
Además de
nuestros dones Gitanos, todas las mujeres Espósito éramos ferozmente golosas.
En serio, si llevaba azúcar o chocolate —o preferiblemente ambos— la Abuela y
yo podíamos comérnoslo sin dudarlo. Mamá había sido de la misma manera,
también. Resulta que la Abuela era una cocinera increíble y una repostera
incluso mejor, así que siempre había algo empalagoso y pecaminoso en su cocina,
por lo general recién salido del horno.
Comí mi cena,
raspando hasta la última migaja de panecillo de calabaza de mi plato con un
tenedor, luego limpié. Una vez que estuvo hecho, saqué uno de mis libros de
cómics de La Mujer Maravilla y me establecí en la mesa de la cocina, esperando
a que la Abuela Espósito terminara con su cliente.
Sí, quizás el
que me gustaran los superhéroes me hacía incluso más “friki” de lo que ya era,
pero disfrutaba leyendo cómics. La técnica de dibujo era genial, los personajes
eran interesantes, y la heroína siempre ganaba al final, no importa las cosas
malas que sucedieran a lo largo del camino. Sólo desearía que la vida real
fuera así, y que mamá se hubiera alejado de alguna manera de su accidente de
coche de la forma en la que había leído que muchos héroes habían hecho a lo
largo de los años.
El viejo y
familiar dolor punzó mi corazón, pero aparté mis tristes pensamientos y me
sumergí en la historia, perdiéndome en la aventura hasta que casi olvidé lo
mucho que apestaba mi vida… casi.
Acababa de
terminar de leer la última página cuando mi Abuela entró en la cocina.
Cielo Espósito
llevaba una blusa vaporosa de seda púrpura, junto con unos pantalones sueltos
negros y zapatillas con las puntas curvadas que la hacían lucir como un genio.
No es que realmente pudieras ver lo que la Abuela estaba usando, dado que las
chalinas la cubrían de la cabeza a los pies. Violeta, gris, verde esmeralda.
Todos esos colores y más fluían a través de las delgadas capas de tejido,
mientras que las monedas de plata falsa sonaban juntas en los bordes largos, y
con flecos.
Los anillos con
piedras preciosas incrustadas apilados en sus dedos retorcidos, mientras que
una cadena delgada de plata brillaba alrededor de su tobillo derecho. Su pelo
gris hierro caía sobre sus hombros, echado hacia atrás por otra chalina que
ella estaba utilizando como diadema. Sus ojos eran de un color violeta
brillante en su rostro bronceado, y arrugado.
La Abuela
Espósito lucía como yo siempre había pensado que un Gitano real debería
hacerlo, y exactamente como lo que esperaban sus clientes cuando venían a que
les dijeran su suerte. La Abuela siempre decía que la gente le pagaba tanto por
su aspecto como por lo que les revelaba.
Decía que
luciendo como parte de los sabios, viejos y misteriosos Gitanos siempre
propiciaba mejores propinas.
Yo no sabía
exactamente qué nos hacía Gitanos. No actuábamos como ninguno de los Gitanos de
los que alguna vez había leído. No vivíamos en vagones o vagábamos de ciudad a
ciudad o le quitábamos con engaños su dinero a la gente. Pero había sido
llamada Gitana desde que podía recordar, y así es como siempre he pensado en
mí.
Tal vez fuera el
hecho de que era una Espósito. La Abuela me había dicho que era una tradición
para todas las mujeres de nuestra familia el mantener ese apellido, ya que
nuestros dones Gitanos, nuestros poderes, se transmiten de madre a hija. Así
que, aunque mis padres se habían casado, he heredado de mi madre, Majo, Espósito el apellido, en lugar del de mi
padre, Carlos, de apellido Hernandez.
O tal vez fueron
los mismos regalos en sí los que nos hicieron Gitanos, las cosas extrañas que
podíamos hacer y ver. No lo sabía, y nunca había recibido una respuesta real de
mamá o mi Abuela acerca de eso. Por otra parte, nunca siquiera había pensado en
preguntar hasta que había empezado a ir a Mythos, donde todos sabían
exactamente quiénes eran, qué podían hacer, de dónde venían, y cuán grandes
eran los saldos bancarios de sus padres.
A veces, me
preguntaba hasta qué punto la Abuela Espósito sabía acerca de la Academia, los
chicos Guerreros, los Cosechadores, y el resto de ello. Después de todo, no
había protestado exactamente cuando la Profesora Emilia había llegado a la casa
y anunciado mi cambio de escuela. La Abuela había estado más resignada que
cualquier otra cosa, como si hubiera sabido que Emilia iba a aparecer tarde o
temprano. Por supuesto, le había contado a mi Abuela todo acerca de las cosas
extrañas que sucedían en Mythos, pero nunca parpadeó por ninguna de ellas. Y
cada vez que le pregunté a la Abuela acerca de la Academia y por qué tenía que
ir allí realmente, todo lo que decía era que le diera una oportunidad, que las
cosas eventualmente mejorarían para mí.
A veces, me
preguntaba por qué me estaba mintiendo, cuando nunca antes lo había hecho.
—Hola, cariño
—dijo la Abuela Espósito, dándome un beso en la parte superior de mi cabeza y
rozando mi mejilla con sus nudillos—. ¿Cómo estuvo la escuela hoy?
Cerré los ojos,
disfrutando de la suave calidez de su piel contra la mía. A causa de mi don
Gitano, a causa de mi Magia de Psicometría, tenía que ser cuidadosa con
respecto a tocar a otras personas o dejarlas que me tocasen. Aún mientras
obtenía vibraciones lo suficientemente vividas de los objetos, podía conseguir
memorias trascendentales, importantes reveses de sentimientos, al entrar en
realidad en contacto con la piel de alguien. En serio, podía ver todo lo que
habían hecho alguna vez, cada pequeño secreto sucio que alguna vez habían
tratado de ocultar, lo bueno, lo malo y lo seriamente feo.
Oh, yo no era
como una completa leprosa cuando se trataba de otras personas. Normalmente
estaba bien cuando se trataba de pequeños toques breves, y casuales, como
pasarle un lápiz a alguien en clase o dejar que los dedos de una chica rocen
los míos cuando ambas tratamos de alcanzar la misma pieza de pastel de queso en
la fila del almuerzo.
Además, mucho de
lo que he visto depende de la otra persona y de lo que estaba pensando en ese
momento. Estaba bastante segura en clase, en el almuerzo, o en la biblioteca,
ya que en su mayoría los otros chicos estaban pensando en cuán totalmente
aburrida era cierta lectura o preguntándose por qué el comedor estaba sirviendo
lasaña como por centésima vez este mes.
Pero aún así era
cautelosa, y todavía cuidadosa, cerca de otras personas, justo en la forma en
que mamá me había enseñado a serlo. A pesar de que a una parte de mí realmente
le gustaba mi don y el poder que me daba al conocer los secretos de otras
personas. Sí, era un poco oscura y retorcida en ese sentido. Pero había
aprendido hace mucho tiempo que incluso la persona que parecía más agradable
podría tener el más negro, y más feo corazón, como el padrastro de Paige
Forrest.
Era mejor saber
cómo eran las personas en realidad que poner tu confianza en alguien que sólo
quería hacerte daño al final.
Pero no había nada
que temer con la Abuela Espósito. Ella me quería, y yo la amaba. Eso es lo que
sentía cada vez que me tocaba, la suavidad de su amor, como una manta de lana envolviéndose
a mí alrededor y calentándome de los pies a la cabeza. Mamá se había sentido de
la misma manera, antes de que muriera.
Abrí los ojos y
me encogí de hombros, respondiendo la pregunta de la Abuela.
—Lo mismo, más o
menos. Conseguí 200 dólares por encontrar una pulsera. Puse cien en el frasco
de galletas, justo como de costumbre.
La Abuela no
había querido tomar mi dinero cuando empecé a dárselo, pero yo había insistido.
Por supuesto, ella en realidad no se lo estaba gastando, como yo quería que lo
hiciera. En lugar de eso, la Abuela puso todo el dinero que le di en una cuenta
de ahorro para mí, una de la que se suponía no debería saber. Pero había tocado
su chequera un día cuando había estado buscando un poco de chicle en su cartera
y tuve recuerdos de ella creando la cuenta. Sin embargo, no le había dicho nada
de ello a la Abuela. La amaba demasiado como para arruinar su secreto.
La Abuela
asintió con la cabeza, metió la mano en su bolsillo, y sacó billete de cien
dólares por su cuenta.
—Conseguí un
poco de dinero, también, hoy.
Levanté las
cejas.
—Debes haberle
dicho algo bueno a ella.
—Él —me corrigió
la Abuela—. Le dije que él y su esposa van a ser los orgullosos padres de una
niña por estas fechas el año que viene. Ellos han estado tratando de tener un
bebé desde hace dos años, y él estaba empezando a perder la esperanza.
Asentí con la
cabeza. No era tan extraño como sonaba. La gente venía con la Abuela Espósito y
le preguntaba todo tipo de cosas. Si deberían casarse, si alguna vez iban a
tener hijos, si sus cónyuges los estaban engañando, qué números deberían
escoger para ganar la lotería. La Abuela nunca le mintió a nadie que se
acercara a ella para una lectura, sin importar lo duro que fuera la verdad que
debían escuchar.
A veces, incluso
era capaz de ayudar a la gente, realmente ayudarlos. Apenas el mes pasado, le
había dicho a una mujer que no volviera a casa después del trabajo, sino que
pasara la noche con una amiga en su lugar. Resultó que la casa de la mujer
había sido abierta a la fuerza en la noche por un hombre que era buscado por
violación, entre otras cosas. La policía había capturado al hombre justo cuando
salía de su casa, con un cuchillo en la mano. La mujer había estado tan
agradecida que había traído a todas sus amigas para obtener lecturas Psíquicas.
La Abuela
Espósito se sentó en la silla frente a mí y empezó a quitarse algunas de sus
chalinas. La tela descendía revoloteando hacia la mesa en ondas de colores, las
monedas en los bordes tintineando juntas.
— ¿Quieres que
te haga algo de comer, cariño? Tengo una hora antes de que mi siguiente cita se
presente.
—No, me comí un
sándwich. Tengo que volver a la Academia de todos modos —le dije, poniéndome de
pie, agarrando mi bolso, y poniéndolo en mi hombro—. Tengo que hacer mi turno
en la biblioteca esta noche, y tengo un informe sobre los Dioses Griegos para
la próxima semana.
La matrícula era
tan astronómicamente cara como todo lo demás lo era en Mythos, y nosotras
simplemente no éramos lo suficientemente ricas como para permitirnos ese lujo,
a menos que la Abuela estuviera ocultándome información y escondiendo pilas
secretas de dinero en efectivo en algún lugar. Ella podría hacerlo, dado lo
vaga y misteriosa que había sido acerca de que fuera a la Academia en el primer
lugar. De cualquier manera, tenía que trabajar varias horas en la biblioteca
cada semana para ayudar a compensar el costo de mi educación estelar y la
costosa habitación y la comida. Al menos, eso es lo que Nicolass, el
bibliotecario jefe, afirmaba. Yo sólo pensaba que a él le gustaba el trabajo
gratuito de los esclavos y dar órdenes a mí alrededor.
La Abuela
Espósito me miró, sus ojos violetas asumiendo una mirada vacía y vidriosa. Algo
parecía agitar el aire a su alrededor, algo viejo y vigilante, algo que me era
familiar.
—Bueno, ten cuidado
—murmuró la Abuela Espósito de la manera ausente que siempre lo hacía cada vez
que estaba mirando algo que sólo ella podía ver.
Esperé unos
segundos, preguntándome si me diría que tuviera cuidado con algo en específico,
como una grieta en la acera con la que podría tropezar o algunos libros que
podrían caer de un estante en la biblioteca y golpearme en la cabeza. Pero la
Abuela no dijo nada más, y, después de un momento, sus ojos se enfocaron una
vez más. A veces sus visiones no eran claras como el cristal sino más como un
sentimiento general de que algo bueno o malo iba a suceder. Además, era difícil
para ella incluso tener visiones acerca de la familia en primer lugar. Cuanto
más cercana era la Abuela a alguien, menos objetiva era acerca de la persona, y
sus sentimientos nublaban mucho más sus visiones. Incluso si hubiera visto
algo, sólo me lo diría a grandes rasgos, sólo en caso de que sus emociones
estuvieran arruinando su recepción Psíquica o haciéndola ver lo que quería ver,
y no lo que realmente podría suceder.
Además, la
Abuela siempre decía que quería que yo tomara mis propias decisiones, y no ser
influenciada por alguna cosa nebulosa que viera, ya que a veces sus visiones no
se hacían realidad. La gente a menudo iban hacía un lado cuando la Abuela los
había visto ir hacia el otro en sus visiones.
Este debe haber
sido una de esas veces, porque me dio una sonrisa, me palmeó la mano, y se
acercó a la nevera.
—Bueno, al menos
deja que te envuelva un poco de rollo de calabaza para llevar a la Academia
—dijo.
Me quedé allí y
observé a la Abuela Espósito ir de un lado para otro en la cocina. Yo no era
una Psíquica, no como ella. No podía ver las cosas sin tocarlas, y nunca tuve
una visión del futuro, ni nada así.
Pero por alguna
razón, un escalofrío se arrastró hasta mi columna vertebral de todos modos.